Dirección Joshua Oppenheimer Fotografía Carlos Arango de Montis y Lars Skree Música Elin Øyen Vister Documental
En su camino hacia el Oscar al mejor documental, que al final se le resistió en favor del más complaciente y sentimental A 20 pasos de la fama, este trabajo del norteamericano Joshua Oppenheimer, producido por Werner Herzog entre otros, ha ido cosechando triunfos en diversas asociaciones críticas, el Festival de Berlín, los Premios Europeos del Cine y los Bafta. Ciertamente se trata de un film polémico y demasiado atrevido como para acertar con los estómagos de los académicos; ya con la nominación estarán convencidos de haber cumplido. Difícil, duro, escalofriante y estremecedor, rememora el genocidio perpetrado en Indonesia cuando el golpe de estado de Suharto acabó con el régimen conciliador aunque igualmente represor de Sukarno. Más de medio millón de comunistas fueron asesinados por legiones de criminales contratados al efecto, destacando las Juventudes Pancasilas, reclutados de entre pequeños delincuentes y mercenarios. La aproximación en Medan, al norte de Sumatra, a dos de los más sangrientos asesinos, Anwar Congo y Herman Koto, constituye el grueso de la trama argumental de este film. El realizador les convoca para recrear sus crímenes sin que hayan sufrido juicio alguno en estos casi cincuenta años, mientras ellos se muestran orgullosos de lo que hicieron y acuden a programas televisivos en los que son enaltecidas sus monstruosas hazañas. Echando mano de géneros como el cine negro o el musical colorista, lo que llega a proporcionarle un aspecto entre surrealista y onírico, la cinta analiza de forma tan inteligente como fría e inflexible la mentalidad de estos asesinos confesos y no arrepentidos, a la vez que lo hace de la banalidad del mal tal como apuntaba la filósofa Hannah Arendt en sus estudios sobre el genocidio nazi. Este proceso lo convierte en material de primera clase para psicólogos y analistas del comportamiento humano. El resultado son casi tres horas de espeluznantes crónicas sin apenas reflexiones, más allá de reservar al sorprendido espectador el juicio moral que merecen semejantes monstruos, generando como siempre en estos casos la terrible sensación de que en condiciones similares nosotros y nosotras mismas pudiéramos exhibir un comportamiento parecido.
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