A diferencia de aquella mítica grabación de Solti para Decca con idéntico título que este programa, Rusia romántica, que incluía piezas de Mussorgsky, Glinka y Borodin, las estéticas de los autores y obras escogidas en esta ocasión distan considerablemente entre sí. Coinciden no obstante en su carácter autobiográfico y su denuncia de una realidad que oprimía y ahogaba su individualidad, lo que sin duda les hace merecer el calificativo de románticas. La misma realidad que hoy día les haría avergonzarse de un país donde la merma de derechos, la opresión y la falta de libertad siguen dominando sus postulados. Resulta sintomático que estos gritos desesperados vinieran precedidos del reparto de unas demoledoras octavillas a la entrada del teatro denunciando la precaria situación que parece vivir nuestra magnífica orquesta.
De las transcripciones que de los cuartetos de Shostakovich hizo el gran Rudolf Barshai, fundador del Cuarteto Borodin que tanto hizo por divulgar el imprescindible ciclo camerístico del autor de La nariz, la Sinfonía de Cámara basada en el Cuarteto nº 8 quizás sea la más lograda. Expresionista y espectacular, se trata de una partitura amarga y violenta que la autoridad del veterano Vladimir Fedoseyev desgranó con deleite y sumo detalle aunque con excesiva contemplación, tan preocupado por su belleza formal que dejó su desgarradora fuerza expresiva en un segundo plano. La cuerda sonó impoluta, destacando en precisión sus frecuentes y complicados pianissimi.
El primer movimiento de la Sinfonía nº 4 de Chaikovski resultó sensacional y apabullante, con unas prestaciones explosivas, casi diabólicas de la orquesta. Tras unos correctos andantino, no exento de lirismo, y scherzo con sus pizzicati ofreciendo otra oportunidad de lucimiento, el Finale sonó estrepitoso, como una demostración más de fuerza de una nación siempre en pie de guerra.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía el 8 de marzo de 2014
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