Rumanía-Francia-Bélgica 2016 128 min.
Guión y dirección Christian Mungiu Fotografía Tudor Vladimir Panduru Intérpretes Adrian Titieni, Maria-Victoria Dragus, Rares Andrici, Lia Bugnar, Malina Manovici, Vlad Ivanov, Alexandra Davidescu, Petre Ciubotaru, Gelu Colceag Estreno en el Festival de Cannes 19 mayo 2016; en Rumanía 20 mayo 2016; en España 25 noviembre 2016
Hace una década el realizador rumano Christian Mungiu nos asombró con 4 meses, 3 semanas, 2 días, una amarga, ácida y desasosegante crónica de la sociedad y política rumana de los ochenta a través de la historia de una joven decidida a abortar. Ahora vuelve a dar en la diana denunciando una situación trasladable a cualquier país y circunstancia contando para ello una historia que en sí misma encierra ya un incuestionable valor cinematográfico. Prueba de que Europa no está haciendo los deberes bien en cuanto a promoción de su cine y su cultura es que películas como ésta no lleguen a un mayor número de espectadores y cuenten con una distribución limitada en el mejor de los casos; porque nada hay en este film que debiera hacer huir al público, hasta el punto de que estamos seguros que si fuera americana y con estrellas de relumbrón como protagonistas, la taquilla caería rendida a sus pies. Su historia por sí misma ya engancha suficiente, con la odisea de un padre por procurarle un futuro mejor a su hija tras un desafortunado incidente que pone en jaque sus proyectos profesionales y de vida. A lo largo de algo más de dos horas asistimos al desmoronamiento personal y moral de un médico que creía tenerlo todo bajo control pero al que el sistema arrastra a firmar un pacto con el diablo para que todo el esfuerzo anterior a los acontecimientos relatados no resulte en vano. Se llama Romeo y quizás por eso está rodeado de hermosas mujeres, pues Mungiu no quiere manipular nuestros sentimientos recurriendo al feísmo. Bien está que denuncie la capacidad económica de un colectivo profesional tan imprescindible como el sanitario, situándolo en barrios marginales y dependiente de becas para lograr el sueño de sus hijos, o de ellos mismos. Pero por lo demás no resulta difícil identificarse con una sociedad maltratada y sometida a un poder cada vez más agresivo, corrupto y lamentable, un lastre que se refleja en las caras abnegadas de quienes un día albergaron alguna esperanza de cambiar las cosas y finalmente se ha abandonado a su suerte merced a una presión incluso internacional que ha olvidado que a este mundo debiéramos llegar para disfrutar y no para tanto sufrimiento. En definitiva, una clase media, la que se permite reflexionar y luchar, a la que poco a poco le van dando sepultura. Mungiu a pesar de todo no exagera situaciones ni personajes, recreando su historia con los mayores atractivos posibles para que el fin, que es concienciar sobre una situación global que tenemos la obligación de cambiar, triunfe. Su realización tiene ritmo y precisión, mientras la tensión va gradualmente creciendo, aunque sea a fuerza de símbolos en principio inexplicables, como el acoso que sufre su protagonista no se sabe de dónde ni de quién, y que reflejan el desmoronamiento de toda una sociedad conformista y resignada a lo que se quiera hacer de ella, como demuestra una juventud desorientada y desesperanzada. Quizás por eso Romeo y su esposa siempre escuchan lírica barroca, mientras la graduación final del título da pie a unos títulos de crédito ilustrados con intrascendente y machacona música pop para borregos irredentos. Mungiu logró en Cannes el premio a la mejor dirección, ex-aequo con Olivier Assayas por Personal Shopper, y está nominado también como director y guionista en los Premios del Cine Europeo que se fallan el próximo mes.
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