Dirección Alan Elliott y Sydney Pollack Documental Estreno en el Festival de documentales de Nueva York 12 noviembre 2018; en España 4 octubre 2019
En algún momento entre Danzad, danzad, malditos y Las aventuras de Jeremiah Johnson, o entre ésta y Tal como éramos, Sydney Pollack cumplió el encargo de Warner Bros. de rodar la grabación en la Iglesia Bautista Misionera New Temple de Watts, en Los Angeles, del álbum Amazing Grace de Aretha Franklin. Por aquel entonces, aunque aun no había cumplido los treinta años, Lady Soul ya había cosechado éxitos legendarios como Respect, Natural Woman o I Say a Little Prayer, grabado más de veinte álbumes y alcanzado numerosos números uno. Pero sus orígenes se remontaban a cuando cantaba espirituales en la iglesia de su padre, C. L. Franklin, y con este doble álbum quiso dejar constancia de aquella infancia y aquellas raíces.
Mucho debieron decepcionarse los protagonistas de aquellas dos míticas sesiones en enero de 1972 cuando vieron que todo el material fílmico se guardaba en un cajón y jamás se volvería a saber nada de él, hasta ahora que muchos de ellos, si no la mayoría, han fallecido. Se argumentaron razones de índole técnico para justificar tal decisión, pero cuentan que antes de morir, Pollack manifestó su voluntad de sacar a la luz lo rodado. Si eso es así, éste es el resultado. No era difícil imaginar escuchando aquel mítico doble álbum el escenario en el que se grabó, tanto es así que su plasmación fílmica responde miméticamente a esa imagen preconcebida. Aquí solo hay un copión debidamente restaurado, montado sin mucha voluntad de manipulación pero tampoco con demasiado ingenio, para simplemente dejar constancia de esas dos irrepetibles veladas, en las que asoman frecuentemente el propio realizador, Sydney Pollack, o invitados de lujo como Mick Jagger o la estrella del góspel Clara Ward. Por lo demás una humilde y recogida Arteha Franklin se limita a cantar de la mejor manera posible largos temas secundados por las voces del Southern California Community Choir y el consabido histerismo reinante entre el público, entre vítores y reafirmaciones continuas de la fe en Cristo.
Todo lo cual converge en un espectáculo eminentemente religioso, de esos que buscan la evangelización aunque sea a través de la música, y que sin pretenderlo dejan al descubierto una vez más cómo la Iglesia se ceba con los más humildes y se presenta perversamente como la única alternativa a tanto sufrimiento en la tierra. Así las cosas, ver al reverendo James Cleveland en acción y a la gran diva del soul entonando con respeto y pasión estos vistosos espirituales negros, no va más allá que la experiencia vivida durante estos últimos casi cincuenta años simplemente escuchando el mítico doble disco que produjo otra leyenda de la música pop, también fallecido, Arif Mardin, productor también a lo largo de su fructífera carrera de artistas y grupos como Bee Gees, Carly Simon, Culture Club, Phil Collins, Barbra Streisand o Norah Jones, por citar unos cuantos aleatoriamente.
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