Hizo muy bien la Universidad de Sevilla en confiar el ya tradicional concierto de apertura del curso académico a un valor propio tan seguro como la Orquesta Sinfónica Conjunta, ese milagro musical que el nunca suficientemente reconocido Juan García Rodríguez ha moldeado hasta darle una personalidad propia y única. Hasta ahora siempre había sido la ROSS la encargada de ese honor, pero tras ocho temporadas demostrando su excelente nivel y probada solvencia, ya era hora de que fuesen las y los jóvenes integrantes de este jubiloso conjunto quienes dedicasen el mejor de los cumplidos a la institución que les vio nacer. Lástima que un año más tengamos que lamentar que nadie de entre tanto doctor y catedrático se dignase a presentar el evento, más teniendo en cuenta que la obra con la que arrancó es el fruto de la recuperación de nuestro patrimonio cultural, una empresa que exige cierta explicación.
El hoy prácticamente olvidado Fernando Palatín fue en su momento, finales del XX y principios del XX, un insigne agitador de la vida musical de Sevilla, como virtuoso violinista, competente compositor y fundador de la Banda Municipal, entre otras virtudes. Su Obertura Reina Regente la compuso en homenaje a los más de cuatrocientos hombres fallecidos en el naufragio de ese buque militar el 10 de marzo de 1895. Elogiado por la crítica nacional e incluso la francesa en su momento, en su reestreno oficial, tras un minucioso trabajo de recuperación, la pieza acusa cierto esquematismo y una gramática muy básica solo salvada en sus pasajes más líricos, en los que parece dejarse influir por una estética chaicosquiana. A la orquesta sirvió para calentar motores y ofrecer un contundente dramatismo y un eficaz lirismo en los pasajes apuntados.
Extravagancia y contundencia
Como todo en la vida y obra del pianista y compositor austriaco Friedrich Gulda, su Concierto para violonchelo es una auténtica extravagancia que fusiona hip hop al más puro estilo de las series americanas de televisión de los setenta, con la estética del ländler centroeuropeo y ciertas reminiscencias del Renacimiento con visión romántica en su amable minueto. Mucho debieron disfrutar el joven violonchelista Gabriel Rodero y Juan García poniéndolo en pie, a la vista de sus continuos cambios de registro y ese aspecto general de broma musical que la pieza ofrece. García atenuó felizmente la participación de la batería en su Obertura, mientras Rodero consiguió un sonido homogéneo en toda la pieza y un fraseo a menudo vertiginoso y concentrado, sobre todo en Cadenza, aunque en ocasiones algunas notas se le fueran de las manos e incluso perdiera el tono. Más trabajo y disciplina resolverá esos pequeños inconvenientes en un intérprete que apunta más que maneras. Vientos y percusión estuvieron a la altura, sin obviar los habituales fallos técnicos en los difíciles metales.
Pero el milagro se consolidó en El mar de Debussy. Con unas y unos integrantes que cambian cada temporada, resulta inexplicable que el conjunto haya logrado un sonido tan personal e inequívoco, si no fuera porque se trata sin duda de un logro de su director, que ha sabido impregnar su estilo pujante y enérgico a cada plantilla concursante. Que una pieza tan compleja y controvertida como esta obra maestra de la literatura sinfónica francesa sonara tan bien y ajustada, y que se aportase la sensualidad, incluso sutil erotismo, y la atmósfera que demanda, es más que un milagro el resultado de una disciplina férrea y un control exhaustivo. Sin manierismos ni lirismos superfluos, García supo plasmar la grandeza inmensa de esta partitura, acertando en sus continuas gradaciones expresivas y sus puntuales turbulencias, equilibrando luz y oscuridad y logrando de todas las familias orquestales una respuesta satisfactoria, especialmente en el contrastante tercer movimiento, con sus fuerzas antagónicas evocando un naufragio. Todo un alarde de precisión y un triunfo más que añadir a una orquesta que, otra vez lo comprobamos, nos emociona.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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