Francia 2019 120 min.
Guion y dirección Céline Sciamma Fotografía Claire Mathon Música Para One y Arthur Simonini Intérpretes Adèle Haenel, Noémie Merlant, Luàna Bajrami, Valeria Golino Estreno en el Festival de Cannes 19 mayo 2019; en Francia 18 septiembre 2019; en España 18 octubre 2019
Siempre interesada en el análisis sincero y profundo de la mujer y su sexualidad en un entorno contemporáneo, desde su primer título Lirios de agua hasta la muy celebrada Girlhood, pasando por la imprescindible Tomboy, donde la feminidad era rechazada por una niña que quería ser niño, la realizadora francesa Cèline Sciamma parece sentirse algo menos cómoda en un entorno histórico, en el ambiente de interior claustrofóbico y exteriores luminosos que retrata en ésta su primera incursión en el cine de época. Filma con precisión y ese preciosismo académico que se presupone en un film ambientado en el siglo XVIII, y más cuando de arte pictórico se trata, que parece que obligue a recrear las texturas de un cuadro, una hermosa y difícil relación entre dos mujeres, una pintora y la otra joven de la nobleza obligada a contraer matrimonio contra su voluntad. Un juego de miradas y complicidades, potenciado por el arte de la observación en que al fin y al cabo consiste la pintura de retrato, que anuncian casi desde el principio la atracción fatal que van a experimentar estas dos jóvenes, cuya incontestable belleza irradiará más luz durante el largo metraje que sus propias interpretaciones, a menudo forzadas.
Sciamma recrea ambientes y detalles con un preciosismo extraordinario, perceptible incluso en el mimo con el que la criada elabora y sirve sus guisos, mientras descuida otros como la música, con una improbable pieza vocal que un grupo de mujeres salidas no se sabe de dónde entonan en una particular fiesta nocturna y playera que parece reivindicar el feminismo a edades muy lejanas, o un Verano de las Cuatro Estaciones de Vivaldi interpretado en directo con escaso rigor historicista. Hechas estas salvedades, el mayor escollo con el que se tropieza esta cinta es su premioso ritmo, que malogra mayores posibilidades de conectar con un público que por el contrario sintoniza relativamente con el drama de estas dos jóvenes, una de las cuales, Adèle Haenel, fue La chica desconocida de los Hermanos Dardenne hace tres años, y apenas logra emocionarse con su particular fuego, encendido con poca mecha y escaso brío.
Con todo vuelve a relucir la sensibilidad de una directora comprometida, que con este film logró alzarse con el premio al mejor guion en el pasado Festival de Cannes, con un libreto que no solo presta atención a la relación amorosa de las dos protagonistas, sino también a la represión de la mujer que también sufren una madre en la que se atisba un desgraciado pasado que parece pretender repetir en una hija con un destino prescrito, y una sirviente obligada a emplear todas las primitivas tácticas a su alcance para reafirmar su independencia y libertad frente a un cuerpo sometido a las injusticias de la naturaleza. Nos encontramos pues ante el retrato premioso pero luminoso de cuatro mujeres atrapadas entre su fuerte naturaleza y personalidad y las convenciones impuestas por la ley del hombre y asumidas, como hoy todavía hacen millones de mujeres, como verdad absoluta o eso que horriblemente llaman lo normal.
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