Con esta adaptación de la obra que Victor Hugo escribió en torno a la figura de Carlos I de España, reduciéndolo a peón de una intriga más romántica que política, con un caballero aragonés defenestrado como vértice protagonista de un cuarteto que se completa con la amada heroína y el viejo noble que también la pretende, Giuseppe Verdi no sólo firmó su quinta ópera, dejando atrás ese hito en su producción que supone Nabucco, sino que perfiló y definió de una forma ya casi definitiva su particular estilo musical y retórico, aunque en el camino todavía se vislumbrara, y mucho, las aristas del belcantismo tan en boga por aquella época. En Valencia no se había representado todavía, y eso que de Verdi se han ocupado con generosidad; lo hace ahora con una producción mediocre, rancia y acartonada, pero muy buen juicio a la hora de contratar voces y acompañarlas de una batuta sorprendentemente bien informada para su corta edad.
Con apenas treinta años, Michele Spotti puede presumir ya de ser el flamante director musical de la Ópera y la Filarmónica de Marsella, y evidencia con su trabajo frente a la Orquesta de la Comunidad Valenciana su buen juicio y criterio a la hora de abordar el lenguaje verdiano, con mucha fuerza y evidente teatralidad, capaz de combinar los pasajes más delicados con los acentos más dinámicos y vehementes, haciendo sonar en todo momento a la orquesta con una elasticidad y una frescura encomiables. Junto a él nada que reprochar al cuarteto protagonista, encabezado por el tenor italiano Piero Pretti y la soprano norteamericana Angela Meade. Juntos pudimos disfrutarlos también en Sevilla en aquel Trovatore de 2019, consolidando ahora su indiscutible talento para abordar los sintomáticos personajes creados por Verdi. En concreto, Meade posee una voz de prodigiosa proyección y contundente volumen, cálida y exuberante a la vez, si bien peca de cierta vulgaridad interpretativa, con movimientos y gestos sumamente mecánicos, a veces casi cómicos. Pretti sin embargo resulta más aceptable como actor, y posee una línea de canto poderosa, homogénea y coherente, aunque el timbre no resulte demasiado agradable y acuse frecuentemente cierta nasalidad. Quien más convenció fue el barítono milanés Franco Vassallo personificando a Carlos I con la variedad de registros que demanda un personaje que deambula entre la severidad y la generosidad, siempre como características esenciales de su codiciada magnificencia. En el acto tercero, cuando es proclamado en Aquisgrán Emperador Carlos V de Alemania, triunfa también su fuerza canora y capacidad para convencer. Completando el cuarteto, el bajo Evgeny Stavinsky lució también una línea de canto homogénea, pero acaso un insuficiente volumen a pesar de la rotundidad de su voz.
En el apartado escénico la función resultó decididamente más decepcionante, con una producción excesivamente discreta y acartonada, a pesar de provenir en parte de La Fenice, el mismo teatro en el que se estrenó en 1844. Unas proyecciones en blanco y negro informando de la tragedia del protagonista, dan paso a un escenario en blanco y negro del que emergen y desaparecen paulatinamente frontales arquitectónicos que junto al escuálido y caprichoso vestuario parecen reflejar una realidad distópica, una recreación intencionadamente inexacta de la época. Sobre un suelo de presunta pizarra se deslizan personajes, coro y figurantes de forma atropellada, sin atisbo de una dirección efectiva y cuidadosa, mientras algunos elementos de atrezzo evidencian ese favor a la distopía que culmina en una coronación imperial vergonzosa y desaliñada, con el discreto único atrevimiento de incluir al final de cada acto un arcángel portador de los símbolos que reproducen el destino de Ernani y el rey (el cuerno, la espada, la corona…). El coro tiene en este título un trabajo enorme, con intervenciones generosas especialmente en los tres primeros actos, sobre todo un Gloria y honor de varios quilates en el tercero, completando así una sucesión de arias, cabaletas, dúos, tercetos, cuartetos y sextetos, que hizo las delicias de todos quienes adoran la ópera más tradicional imaginable.
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