Francia 2015 145 min.
Guión y dirección Pascale Breton Fotografía Tom Harari Música Eric Duchamp Intérpretes Valérie Dreville, Kaou Langoët, Elina Löwensohn, Manon Evenat, Laurent Sauvage, Clet Beyeer
La universidad de Rennes, en la región francesa de la Bretaña, sirve a la realizadora Pascale Breton como escenario para trazar lo que ella pretende sea una especie de suite musical en torno a las vidas de dos personas que coinciden allí y cuyos destinos se cruzan a través de una fotografía que ilustra los creativos años ochenta. Lástima que necesite dos horas y media interminables para llegar a sus conclusiones, relacionadas con la comunión entre el hombre y la naturaleza y la desorientación que en éste ha ido provocando la desnaturalización e industrialización del entorno. Una profesora de arte regresa a la universidad en la que estudió, donde recupera el contacto con algunas de las amistades de las que disfrutó en sus años de estudiante, sin que nada de esto llegue a trascender ni apenas interesar a lo largo de su dilatado y tedioso metraje. Por otro lado un joven estudiante huye de una madre alcohólica y sin hogar que acaba invadiendo su espacio e intimidad. El empeño de la profesora por encontrar la Arcadia, el paraíso perdido y utópico generado desde la mitología clásica a través de poetas y soñadores, en los cuadros que disecciona frente a su clase, y la curiosidad que en el alumno despierta esa búsqueda constituye la tesis de una película que va perdiendo sus objetivos conforme avanza una trama sin fuelle ni medida, para acabar apenas recuperando su camino cuando se acerca el final y el hastío se ha apoderado irremediablemente del sufrido observador que es el espectador.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
Francia 2015 98 min.
Guión y dirección Paul Vecchiali Fotografía Philippe Bottiglioni Música Catherine Vincent Intérpretes Astrid Adverbe, Pascal Cervo, Julien Lucq, Fred Karakozian, Paul Vecchiali, Manuel Lazanberg, Roland Munter
Objeto de una imprescindible retrospectiva en el festival, el veterano realizador francés Paul Vecchiali no ha parado de dirigir desde principios de los sesenta, con más de veinte largometrajes a sus espaldas entre los que destacan L'étrangleur, Femmes femmes, Wonder Boy o Encore, y otros muchos trabajos para la televisión. Sin embargo sus películas apenas se conocen fuera de Francia, y allí tampoco alcanzan siempre los circuitos comerciales de exhibición. Su universo particular, a menudo incómodo, lo convierte en el clásico enfant terrible no apto para todos los gustos y sensibilidades. Si en 1971 diseccionaba la vida con C'est la vie!, en su último largometraje le toca el turno al amor, en su vertiente más sólida, sustentado en el respeto y la dependencia así como en la costumbre y la obsesión, y el más desatado y arrojadizo, basado en el deseo y la atracción, el morbo y la seducción a la que siempre queremos ser sometidos, cualquiera que sea nuestra edad. El lenguaje naturalmente no es ni convencional, fácil ni cómodo, aunque su puesta en escena, colorista y luminosa, lejos del estilo Fassbinder que caracterizaba sus films en los setenta, ayude a entablar el diálogo con soluciones formales y narrativas entre experimentales y caprichosas. Diálogos repetidos con distinta entonación para pervertir su sentido, o repetidos tal cual para insistir en él, junto a primeros planos enmarcados en una naturaleza netamente mediterránea, pueblan un film que puede causar estupor y hasta espantar, pero que encierra en su poético trazado verdades absolutas sobre las relaciones sentimentales, hetero, homo y bisexuales, oxidadas, renovadas y provocadas con bailes de seducción y posterior apaleamiento.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
Rusia-Ucrania-Polonia 2015 138 min.
Guión y dirección Aleksey German jr. Fotografía Sergey Mikhalchuk y Evgeniy Privin Música Andrei Surotdinov Intérpretes Louis Franck, Merab Ninidze, Viktoriya Korotkova, Chulpan Khamatova, Piotr Gasowski, Viktor Bugakov, Karim Pakachakov, Konstatin Zeliger, Ramil Salakhutdinov
Con apenas un par de películas en su haber, el hijo del polifacético cineasta Aleksey German se adentra en la que es seguramente su obra más compleja y personal con esta cinta de ciencia-ficción en la que una URSS apocalíptica se enfrenta al prólogo de una guerra global justo cuando se cumplen cien años de la Revolución Bolchevique. A través de siete capítulos o episodios, German construye un entramado terriblemente difícil de seguir y comprender, en el que el cansancio y la decepción parecen darse la mano en una propuesta tan pesimista como desconcertante. Diálogos imposibles, absurdos e inconexos se combinan con personajes que casi parecen fantasmas flotando en un paisaje frío como la nieve, en el que un edificio sin terminar, vestigio del imperio perdido, parece erigirse en nexo común entre unas almas perdidas al borde del delirio. Casi dos horas y media en las que la cámara se mueve con soltura no exenta de cierto virtuosismo a través de rostros, estatuas y escombros que simbolizan una espiritualidad enferma, mientras la platea asiste atónito a un proclama existencialista tan pretenciosa como irritante, y una muy cuidada planificación e hipnótica fotografía terminan por convertirse en el único aliciente de tan desconcertante función.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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