Guión y dirección Pablo Trapero Fotografía Julián Apezteguia Música Sebastián Escofet Intérpretes Guillermo Francella, Peter Lanzani, Inés Popovich, Gastón Cocchiarale, Giselle Motta, Franco Masini, Antonia Bengoechea, Gabo Correa Estreno en Argentina 13 agosto 2015; en España 13 noviembre 2015
El matrimonio entre El Deseo, la productora de Almodóvar, y el cine argentino sigue dando excelentes resultados. Pablo Trapero (Carancho, Elefante blanco),
León de Plata al mejor director en el Festival de Venecia, podría haberse limitado a una crónica de los crímenes de la familia Puccio que asolaron la opinión pública argentina en la década de los ochenta. Habría podido tirar por la vía del thriller e incluso del terror más absoluto, material le da para ello esta truculenta historia real. Pasmados nos quedamos cuando empezamos a ver y oir cosas que no nos convencen del todo, que nos resultan inverosímiles y poco convencionales: crímenes perpetrados a veces a la luz del día y a la vista de cualquiera que pudiera pasar por allí, si no fuera porque curiosamente no pasa nadie; una hija que ni ve ni oye nada y pregunta qué está ocurriendo en su propia casa; un hijo que permite las atrocidades en las que se le obliga a involucrarse, sin rebelarse ni desertar; otro que protagoniza un cambio radical e inesperado en su credo moral; y así sucesivamente. Pero a Trapero no le interesa sólo quedarse en la epidermis de un caso criminal espeluznante. A él le interesa el caso del Clan Puccio como gran metáfora del mal adquirido, aprendido y asumido como natural. De la misma forma que no alcanzamos a comprender la frialdad con la que ocho hombres asesinaron el pasado viernes a ciento treinta personas en París, llevándoles incluso a inmolarse, o las atrocidades que se suceden a diario en países como Afganistán o Siria en nombre de Alá, tampoco sería comprensible que una familia aparentemente normal, con una madre profesora y un padre comerciante, gente corriente como nosotros, cometa los horrores que se relatan en esta tremebunda película. El bagaje cultural, el adoctrinamiento, guarda la única respuesta a nuestra estupefacción. Bagaje que en este caso nos lleva al corazón y las entrañas de la dictadura política y militar del llamado Proceso de Reorganización Nacional, carta blanca a asesinos y secuestradores en nombre del régimen. Todo entonces encaja en esta espeluznante metáfora, y todos y todas encajamos también en el mundo que nos circunda. ¿O acaso no seguimos eligiendo como presidente a quien nadie le gusta por miedo al cambio o a perder lo poco que nos queda? ¿Es que Hitler no actuó con el consentimiento del mismo pueblo que luego renegaría de sus crímenes? ¿No seguimos hablando con Dios quienes ya no creemos en él? La fuerza de la doctrina es inimaginable, nos parapetamos en lo que hemos aprendido y justificamos nuestra conducta con ello. Miramos a otro lado, buscamos la recompensa económica, nos hacemos los sordos y ciegos, y dejamos que el monstruo actúe por nosotros, y hasta lo apoyamos. Porque todos y todas somos iguales al nacer, la distinción la dicta el entorno. El monstruo en esta ocasión tiene cara del camaleónico Guillermo Francella (Corazón de león, El secreto de sus ojos), que compone un villano de antología; pero la verdadera máquina de matar es el sistema, la comunidad y la sociedad en la que vivimos. Trapero rueda todo esto con una seguridad y un talento visual irrefutable, consiguiendo que vayamos entrando paulatinamente en su juego, y si al principio nos chocan esos temas musicales roqueros que acompañan los atroces crímenes, luego nos acostumbramos y comprendemos la operación, dejándonos muy mal cuerpo.
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