
Peor fue el Idilio de Sigfrido de Wagner, pieza compuesta como regalo de cumpleaños y a la vez de Navidad para su esposa, y que la orquesta ofreció en una versión intermedia entre la quincena de músicos que la estrenaron y la voluminosa plantilla con la que brilla en manos de una Sinfónica. Esta delicada pieza se abordó con una insufrible tendencia a la ñoñería, merced a una cuerda flácida y mortecina, especialmente en el registro agudo, apenas superada en los momentos de mayor intensidad emocional. En manos del entusiasta Michael Thomas la pieza sobrepasó el nivel de sensiblería, sin entender ni su sustancia ni su alcance emocional. El dulzón cuarteto con clarinete que sirvió de propina demostró que por separado la concertino tiene un considerable talento.
Fueron los pasajes más enérgicos los que mejor parados salieron, de manera que tras una introducción endeble y sin misterio, el resto de la Sinfonía nº 4 de Beethoven logró convencer con una acertada combinación de júbilo y ternura, unos vigorosos tutti y un voluptuoso empleo del timbal, si bien faltó una mayor profundidad emocional. El concierto coincidió con unos talleres infantiles que se desarrollan en paralelo a las actividades de sala; una feliz idea de la nueva gerencia de la Sala Turina, que añade a una cada vez más completa oferta musical. El lleno de este concierto debería motivar para seguir trabajando duro y conseguir resultados más depurados en un corto plazo. Insistimos en que los programas de mano deberían incluir una relación de los músicos que integran la orquesta, para que vayamos distinguiéndolos; la presentación uno a uno por parte del director no alcanza a cumplir este cometido.
Querido amigo, el concierto de clarinete que se interpretó fue el número 2, aunque huba una errata en algún que otro cartel.
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