Guión y dirección Carlos Martín Fotografía Luis Ángel Pérez Música Francesc Gener Intérpretes Iván Hermés, Raúl Mérida, Elena Ballesteros, Sara Sálamo, Mariana Cordero, Javier Villalba, Nelson Dante, Maximiliano Márquez, El Chojín, Ignacio Amorós
Estreno 5 febrero 2016
Quienes hace una década vieron El zulo, un thriller sobre un secuestrado y su supervivencia durante largo tiempo en un pequeño habitáculo cavado en la tierra, escribieron elogios sobre el estilo y el ingenio de su director, Carlos Martín, que luego anduvo perdido en la televisión, donde creó y dirigió sin éxito un telefilm, Código 60, y una serie, Olmos y Robles, siempre con la investigación criminal como leit motiv. Su regreso ahora al cine no puede ser más desesperanzador, con otro thriller de bajo presupuesto al que se le ven las costuras y que juega con la paciencia y la buena voluntad del espectador hasta provocar su exasperación. La figura del hermano perverso y maquiavélico ha dado mucho juego en el cine, con títulos memorables como El otro, ¿Qué fue de Baby Jane?, Canción de cuna para un cadáver o Inseparables, y otros respetables como El buen hijo; pero para llevar a buen puerto un material tan complejo, en el que además se ilustran temas muy delicados relacionados con la infancia, el trauma, la inocencia y la pérdida de ésta, hay que manejar un talento del que Carlos Martín carece por mucho que quiera emular al esteticista David Fincher. Sus formas abruptas nos conducen al disparate y el absurdo más inverosímil y ajeno a todo rigor dramático en más de una ocasión. Para cuando todo cobra sentido, y casi llega a justificar todas las barbaridades de que hemos sido testigos a lo largo de su desesperante hora y media de duración, es demasiado tarde y uno no puede evitar sentirse tan engañado como manipulado. El realizador se esfuerza en dejar algunas claves sueltas a lo largo de su errática estructura argumental, pero con tan poca pericia que no logra encubrir la gran trampa que encierra su pomposo artilugio criminal. Para colmo las interpretaciones son vergonzantes, llenas de gestos forzados y exagerados, y la música enfática tampoco ayuda demasiado. Lástima, porque pese a tratarse de una función de saldo, sus recursos están bien aprovechados, y su trama podría haber dado lugar a una fascinante historia de dependencia y calvario psicológico.
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