De izquierda a derecha siguiendo las agujas del reloj: Francisco Blay, Álvaro Garrido, Bárbara Sela, Ramón Peña, Arnau Rodón y Carmelo Sosa |
Dirigidos por un entusiasta Arnau Rodón, el conjunto de sacabuches y cornetos ofrecieron un nutrido muestrario de música concebida en la frontera entre el Renacimiento y el Barroco para amenizar banquetes y reuniones sociales, recorriendo los focos culturales más influyentes de la época aunque manteniendo una estética más cercana a la inglesa que al resto de los países convocados. La Música para el funeral de la Reina Mary de Purcell que Kubrick inmortalizó en La naranja mecánica fue servida con la sobriedad que merece, evocando el ambiente lúgubre y ceremonial del evento. Merced a la admiración de Rodón, Antony Holborne, músico de la corte de Isabel I y contemporáneo de John Dowland, ocupó gran parte de la velada con piezas tan exquisitas como Las lágrimas de las musas, que el conjunto deslizó con encomiable fortuna. Una elegante pavana de Thoinot Arbeau y un Tourdion impecablemente entonado por Manuel Pascal representaron a Francia, mientras al nuestro lo hizo la Danza de las hachas de Martín y Coll.
Los compositores alemanes debieron ser los más difíciles de recrear a juzgar por los desajustes observados en los músicos, a veces incluso desafinados, al abordar a Samuel Scheidt, si bien la suite de danzas de Hermann Schein que dio título al concierto encontró una respuesta muy equilibrada. Lo más sorprendente llegó de la mano del italiano Adriano Banchieri y su Contrapunto bestiale alla mente, donde voces e instrumentos acabaron generando divertidos sonidos onomatopéyicos, con la siempre sutil y creativa percusión de Álvaro Garrido como acompañamiento.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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