miércoles, 26 de abril de 2017

STEFAN ZWEIG: ADIÓS A EUROPA El dolor del desarraigo y la desintegración

Título original: Stefan Zweig: Farewell to Europe
Austria 2017 106 min.
Dirección Maria Schrader Guión Maria Schrader y Jan Schonburg Fotografía Wolfgang Thaler Música Tobias Wagner Intérpretes Josef Hader, Anne Schwarz, Barbara Sukowa, Tòmas Lemarquis, Lenn Kudrjawizki, Cgarly Hübner, Nahuel Pérez Biscayart, Valerie Pachner, Harvey Friedman, Matthias Brandt, Ivan Shvedoff, Daniel Puente Encina Estreno en Alemania 2 junio 2016; en España 21 abril 2017

Quienes busquen en esta estremecedora crónica del desarraigo físico y cultural una biografía del genial autor de obras imperecederas como Jeremías o Momentos estelares de la humanidad y una ilustración sobre su obra, podrán sentirse decepcionados ante el trabajo ofrecido por la joven actriz y realizadora alemana Maria Schrader. La intención de esta cineasta, que en sus tres películas hasta el momento (La jirafa, Liebesleben y ahora ésta) ha mostrado una especial sensibilidad sobre el pueblo judío, es trazar una semblanza de respeto y admiración a un icono de la cultura del siglo XX y su injusto padecimiento como expatriado y desarraigado de su tierra, Austria, durante el advenimiento del nazismo, desde mitad de los treinta a principios de los cuarenta, cuando decidió poner fin a su vida en Persépolis, Brasil, donde vivió sus últimos años en compañía de su segunda y joven esposa, y concibió su último libro, La tierra del futuro, en clara referencia al país que tan bien le acogió y que a pesar del título no le generó la suficiente confianza como para esperar un mundo mejor después de la tragedia de la Segunda Guerra Mundial. Llega el film además en un momento en el que la preocupación de Stefan Zweig por la posible desintegración de Europa y sus valores, vuelve a estar de actualidad, poniendo en grave peligro la estabilidad de un escenario en el que durante mucho tiempo se han evitado confrontaciones de especial gravedad para nuestro mundo civilizado. Meticulosamente estructurada en un puñado de planos secuencia que representan varias estaciones de su peregrinaje por tierras americanas, Argentina, Brasil y Estados Unidos, con una muy especial atención al detalle, Schrader consigue plasmar todo aquello que interesa a su tesis, como es la terrible sensación de melancolía que suscita estar lejos del hogar sin remedio ni esperanza para el regreso, reflejado en los tristísimos ojos de un Josef Hader que escucha la pésima interpretación que una banda local hace de El Danubio Azul, o mira a través de las ventanas de un automóvil la belleza verde del trópico añorando el adoquín y el cemento de las ciudades en las que conoció a Rilke, Reinhardt, Mann, Gorki, Toscanini, Rodin, Einstein, o Strauss, para quien escribió el libreto de la ópera La mujer silenciosa, prohibida por la Gestapo al poco de estrenarse por el empeño del compositor en mantener el nombre de Zweig en el cartel. Siempre aprendiendo de o influyendo en ellos, toda esa cultura, esa pasión por el conocimiento que le llevó a afirmar que la labor intelectual había significado el gozo más puro, y la libertad personal, el bien más preciado sobre la tierra; todo lo cual se transmite perfectamente en esta conmovedora cinta bañada por unas interpretaciones prodigiosas, la de un contenido y a pesar de ello muy expresivo Hader, o la siempre estimulante y certera caracterización de Barbara Sukowa como su primera esposa, Friderike, que protagoniza una de las secuencias más cálidas, en un piso de un gélido Nueva York con un ambiente familiar en el que se puede apreciar el valor de la amistad y la solidaridad en los tiempos más difíciles imaginables. Y la de Anne Schwarz como su segunda esposa, Charlotte, más bien una compañera de viaje incansable y abnegada, capaz de otorgarle su apoyo incondicional hasta el último y más doloroso extremo, aquel 22 de febrero de 1942 al que somos invitados a través de un prodigioso encuadre. El autor que inspiró películas como Cartas a una desconocida, María, reina de Escocia, Maria Antonieta (la de Norma Shearer) o El gran hotel Budapest, y dejó un legado de libros, biografías y artículos periodísticos indispensables para comprender el siglo pasado y sus antecedentes, recibe de manos de esta joven y entusiasta realizadora un tributo sincero y apasionado que no puede dejar indiferente a quienes se sientan comprometidos con la cultura y la historia. Indispensable verla en versión original y disfrutar de hasta cinco idiomas (alemán, portugués, castellano, inglés y francés), aunque su estreno en nuestra ciudad limite mucho esa posibilidad, proyectándose en unas salas que aunque se esfuerzan muchísimo por captar un público intelectual alternativo, aún les queda mucho para acaparar la atención de los circuitos oficiales de la versión original, que últimamente están perdiendo muchas ocasiones de estrenar trabajos como éste, que lograrían en sus instalaciones un mayor éxito del que cosechan en estas esforzadas salas del barrio de Nervión.

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