USA 2017 122 min.
Dirección Chad Stahelski Guión Derek Kolstad Fotografía Dan Lausten Música Tyler Bates y Joel J. Richard Intérpretes Keanu Reeves, Common, Ian McShane, Ruby Rose, Riccardo Scarmacio, Laurence Fishburne, Bridget Moynahan, Claudia Gerini, Peter Stormare, John Leguizamo, Lance Reddick, Franco Nero Estreno en Estados Unidos 10 febrero 2017; en España 21 abril 2017
Apadrinado por Keanu Reeves, para quien hizo de doble especialista en la saga Matrix y en Constantine, Chad Stahelski parece estar escribiendo su nombre entre la pléyade de directores especializados en cine de acción, con tan sólo las dos entregas de este trágico héroe posmoderno que se llama John Wick y está relanzando la cada vez más raquítica carrera del protagonista de Mi Idaho privado y El pequeño Buda. La primera entrega no llegó a estrenarse en nuestro país, donde se exhibió por primera vez directamente en la televisión. Por eso este segundo capítulo obvia en su título español tal carácter de secuela, a pesar de que su escueta trama debe mucho a su predecesora, que le sirve de prólogo. No obstante llega a nuestras pantallas con todos los honores, como la gran superproducción de turno, y es que ha inflado considerablemente sus postulados y recursos con respecto a la primera entrega. Asistimos a una sucesión fatigosa de luchas encarnizadas y oleajes de violencia perfectamente coreografiados, faltaría más, sin más aliciente que disfrutar de sus disparatadas propuestas, si se tiene estómago para eso. Un reparto multiestelar e internacional, y hermosas localizaciones en Nueva York y Roma, ayudan a la digestión del polvorín, que se apunta directamente a remozar el subgénero de hombres duros dispuestos a tomarse la justicia por su mano, con Bronson, Seagal, Stallone, Willis, Schwarzenegger y Van Damme a la cabeza (a Liam Neeson todavía le queda dignidad para implicarse en proyectos con más sustancia). Quizás Reeves esté así buscando su puesto de dorada jubilación en la saga Los mercenarios. El gesto ya lo tiene cogido, ceño fruncido y cara de tormento y eterno sufrimiento, mientras lo más original de la película es implicar en un submundo de control y poder a gente aparentemente corriente que vemos continuamente en la calle, incluidos mendigos y vendedores ambulantes. Se agradece también que se zambulla directamente y sin complejos en la irrealidad más apabullante, y que no pretenda filosofar sobre los actuales peligros y amenazas para la estabilidad mundial, económicas, bélicas y religiosas, así como que nos devuelva a Claudia Gerini, una vez la Sharon Stone italiana, convenientemente oscurecida para parecer más mafiosa. Pero si no es un o una entusiasta de este tipo de cine de tipos duros, mamporros a doquier y mucha descarga de adrenalina, ésta no es su película.
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