Cualquier conjunto que se suba al escenario del Maestranza mejora considerablemente el brillo de su sonido, y la Barroca no es una excepción. A eso hay que añadir que con el violinista Andoni Mercero al frente, comprobamos la capacidad de la orquesta para adaptarse a otras estéticas distintas de las acostumbradas. Y eso se agradece, porque tras tantos años reseñando una y otra vez los mismos grupos, consecuencia afortunada de los muchos que han surgido aquí en los últimos años, descubrir nuevos matices y acentos resulta muy refrescante. La Barroca profundizó en esta ocasión en la sutileza de las páginas programadas, más allá del misticismo inherente a la cantata Ich habe genug que dio título al concierto. Habitualmente identificados con ataques enérgicos in forte, la de este sábado fue una orquesta más moderada, y aún más elegante, en perfecta armonía y comunión con los universos convocados sobre todo en la primera parte.
Aunque nunca salió de su Alemania natal, Philip Heinrich Erlebach cultivó en sus composiciones mayoritariamente los estilos francés e italiano, al menos así se constata de su producción que ha sobrevivido. La Obertura que abrió el concierto pertenece al primer grupo, apreciable en su forma de suite de danzas, de las que la OBS ofreció una versión relajada, matizada en cada detalle, de colores pastel que encontraron, después de la gravedad de sus dos primeros números y el carácter juguetón del tercero, su punto culminante en un duelo entre el flexible y emotivo violín de Mercero y la acariciante cuerda pulsada de Juan Carlos Mulder. En la segunda parte se programaron como preludios e interludios a las intervenciones del barítono, la obertura de Berenice y diversos movimientos de los Concerti grossi nº 4 y 5 de Haendel, naturalmente en un registro diferente, más ágil, enérgico y punzante, aunque manteniendo esa finura cautivadora que caracterizó la velada.

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