Herreweghe |
Más de quince años separan la segunda y magnífica grabación que Collegium Vocale Gent y Philippe Herreweghe hicieron del que seguramente está considerado el más famoso de los oratorios consagrados a la muerte y resurrección de Cristo, de esta interpretación en vivo en el Teatro de la Maestranza para coronar la trigésimo cuarta edición del Festival de Música Antigua de Sevilla. Y aunque hay diferencias de matiz y expresividad, los resultados son en ambos casos espectaculares y sobradamente satisfactorios. Dos años únicamente separan ésta de la última comparecencia de Herreweghe en el coso hispalense, y sin embargo los resultados son bien distintos, ante la insuficiente convicción que nos dejó aquella Pasión según San Juan con el que se cerró el mismo certamen en 2015. En esos quince años apenas perduran cuatro instrumentistas entre las dos orquestas (la flauta de Patrick Beuckels, los oboes de Marcel Ponseele y Taka Kitazato, y el violonchelo de Hermen Jan Schwitters), y dos voces entre los coros (la soprano Dominique Verkinderen y el bajo Robert van der Vinne); naturalmente muchos son los solistas, integrantes del coro y músicos de la plantilla que coinciden entre el San Juan de 2015 y el San Mateo de este año, incluidos la soprano Grace Davidson, los bajos Peter Kooij y Tobias Berndt, y el contratenor Damien Guillon. Cuestión de coincidencias que no aciertan a explicar por qué esta Pasión según San Mateo ha llegado a gustarnos y conmovernos tanto.
Maximilian Schmitt, el Evangelista |
Con las dos orquestas y coros dispuestos de manera simétrica en el escenario, y el coro de ripieno en el centro, ya la monumental introducción, un impactante Kommt, ihr Töchter, helft mir klagen (Venid hijas, ayudar a lamentarme), dio idea de la envergadura del espectáculo articulado por un veterano y sin embargo fresco de ideas e imaginación Herreweghe, cuya teatralidad quedó manifiesta en unos dinámicos y muy equilibrados juegos entre los coros participantes, y la vibrante disposición de cuerda y maderas a hacer de ésta una noche inolvidable. Solemnidad que invitó ya desde un principio a dejarse llevar por el ritual de redención que propone la página, quedando bien reflejada su vocación espiritual y filosófica y su carácter eminentemente piadoso. Después de tres horas (los tempi elegidos por el director rebasaron en casi veinte minutos la duración de esa mítica grabación de Harmonia Mundi) la capacidad de asombro, emoción y devoción de un público igualmente emotivo a la hora de expresar respeto y admiración (el silencio en la sala fue inusualmente impactante) seguía intacta, hasta la catarsis emocional definitiva de un Wir setzen uns mit Tränen nieder (Con lágrimas nos sentamos) final insoportablemente hermoso y majestuoso. De todo mayormente responsables unos coros inmejorables, extraordinarios en fraseo, naturalidad, voluptuosidad y claridad expositiva, que casi hacía perceptible el trabajo de cada una de las voces convocadas, a pesar de su carácter voluminoso.
En el apartado solista los resultados fueron también satisfactorios, aunque en menor medida. Sensacional el Evangelista del joven tenor Maximilian Schmitt, generoso en proyección y de línea homogénea; el barítono austriaco Florian Boesch lució más autoritarismo que verdadera piedad en su papel como Jesús, con una potencia no siempre al máximo nivel, pero una buena calidad de timbre y media de proyección, manteniendo siempre una estética equilibrada y homogénea.
Florian Boesch, Jesús |
Entre las sopranos destacó Dorothee Mields, cuya aria Aus Liebe will mein Heiland sterben (Por amor va a morir mi salvador) fue sencillamente cautivadora, mientras que entre los contratenores convenció más el prominente Alex Potter que el francés Damien Guillon, de voz cursilona y articulaciones almibaradas, lo que no fue impedimento para lograr que emergiera la emotiva dulzura de su maravillosa aria Erbarme dich (Ten piedad). El veterano bajo Peter Kooij acusó en sus arias desgaste de la voz, en ningún caso grave o invalidante, mientras la teatralidad manifiesta de la interpretación tuvo algunos de sus máximos exponentes en las aportaciones del bajo alemán Matthias Lutze y sus negaciones de Pedro. El excelente rendimiento instrumental tuvo su punto álgido en la estupenda, sedosa y conmovedora concertino de la primera orquesta, Christine Busch, mientras el de la segunda mostró un sonido áspero y chirriante, igual que la violagambista Romina Lischka, de sonido seco e impreciso, a pesar de lo cual fue muy ovacionada. Como todo el resto de la representación, largamente aplaudida, con más de mil doscientas personas (lleno total) en pie, conmovidas por tan suntuoso espectáculo, pura limpieza del ánimo y la conciencia, incapaz de dejar inmune ninguna sensibilidad, por dura que sea.
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