Francia 2014 110 min.
Dirección Juliano Ribeiro Salgado y Wim Wenders Guión Juliano Ribeiro Salgado, Wim Wenders, David Rosier y Camille Delafon Fotografía Hugo Barbier y Juliano Ribeiro Salgado Música Laurent Petitgirard Estreno en España 31 octubre 2014
Producto del amor de un hijo y la admiración de un cineasta y amante de la cultura y el arte, La sal de la Tierra es un conmovedor documento sobre un gran artista de la fotografía y la condición eminentemente depredadora del hombre desde los principios de nuestra Historia. Es un documental de vocación ecológica no por potenciar la alarma sobre la degradación de nuestro planeta, sino más bien por poner en evidencia la de la humanidad, la de los hombres y mujeres que lo poblamos, esa sal a la que se refiere el título. Frente a la amabilidad con la que el artista y el propio documental retrata la vida salvaje en determinadas culturas ancestrales que todavía existen en África y América Latina, no ahorra sufrimiento y vergüenza a la hora de plasmar la violencia con la que diariamente son exterminados pueblos enteros en aquellos países que despreciamos y olvidamos sistemáticamente mientras continuamos dilapidando nuestra inútil y egoísta vida burguesa. La opresión y el genocidio como eterna moneda de cambio en la Historia del Hombre. Pero sobre todo La sal de la Tierra es un lujo, porque permite la posibilidad de asomarse a una completa y variada retrospectiva del trabajo de un fotógrafo de excepción, el brasileño Sebastiao Salgado, como si asistiésemos a una exposición de sus obras con el impagable aliciente añadido de contar con sus propias declaraciones y reflexiones al respecto. Como hiciera en su anterior documental con la bailarina y coreógrafa Pina Bausch, Wenders se acerca al personaje de un artista reconocido con respeto y admiración, y eso queda perfectamente plasmado en pantalla, en esta ocasión sin grandes alardes estéticos y técnicos, pero con un sentido de la narrativa, el montaje y la planificación que no cabe duda del mensaje de rabia, denuncia y a la vez esperanza que nos quiere dar. El espectador recoge el testigo con pesadumbre, emoción y un elevado porcentaje de vergüenza y consternación. Todo ello regado con la música sostenida y elocuente de Laurent Petitgirard, un veterano de la batuta y la composición gala, que visitó Sevilla en los Encuentros de Música de Cine de 1993 en el marco de un concierto dedicado a compositores clásicos del siglo XX que escribieron para el cine. Premio del Público en San Sebastián y Especial del Jurado en la sección Un certain regard del Festival de Cannes de este año.
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