Teatro de la Maestranza, jueves 27 de noviembre de 2014
Esperábamos con expectación el debut ante la mayor de nuestras orquestas del joven sanluqueño afincado en Sevilla Juan García Rodríguez. Unos por su vinculación a la música contemporánea a través del Zahir Ensemble del que es fundador, otros por el excelente trabajo que está desarrollando al frente de la Orquesta Conjunta del Conservatorio y la Universidad. Confiábamos en que su talante nervioso e inquieto se tradujera en el Maestranza en frescura y originalidad y no defraudó. La suya fue una batuta atrevida y hasta impertinente, sin complejos ni miedos, especialmente en Beethoven, donde se despachó a gusto con una versión posiblemente discutible pero sin duda notable y novedosa. Porque con Shostakovich simplemente estuvo soberbio, sobre todo a la hora de entender la intención y la estética de su sorprendente Sinfonía nº 9.
El nexo de unión entre ambas obras fue una breve y anecdótica marcha, más que polca, que Stravinski compuso a petición del coreógrafo Balanchine para que Vera Zorina la bailase sobre un elefante en un espectáculo circense. Obra singular, simpática y grotesca con la que García y la ROSS sólo tuvieron que exhibir brillo y disciplina para salir airosos. Antes el director se empleó a fondo en la primera del ciclo sinfónico más popular, extrayendo texturas densas y ampulosas, quizás incluso toscas y ásperas, de la partitura beethoveniana. Dinámicas muy forzadas y tempi rápidos que convirtieron el pegadizo perfil rítmico del segundo movimiento en una suerte de minueto exento de lirismo, ofreciendo soluciones electrizantes en el Allegro con brio y el Scherzo, así como una energía contagiosa en el Finale, no muy elegante pero sí calibrado y con un extraordinario trabajo de los timbales.
Aunque generalmente se asocia con la ligereza y el desenfado del clasicismo, hay en la Sinfonía nº 9 de Shostakovich elementos de sobra para tildarla de amarga, rebelde y siniestra, y García así lo entendió y transmitió. Atacó el Moderato inicial con sátira, agitación y ecos de la tiranía que denunciaba el autor, más dramático que mozartiano como algún despistado crítico creyó ver cuando se estrenó. El Largo resultó tenso, misterioso, muy intrigante, con graves toques de trompeta y mucha sensualidad en la cuerda, mientras el bloque final mantuvo la inquietud alternando el vigor con la tragedia y la turbulencia, siempre con un esmerado cuidado del detalle, los planos sonoros y las texturas. Hubiera sido un acierto completar tan breve concierto con el Fragmento Sinfónico raramente escuchado que Shostakovich compuso inicialmente cuando aún consideraba completar las sinfonías 7 y 8 con un gran monumento de guerra, coral y apoteósico.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía el sábado 29 de noviembre de 2014
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