Retrato de familia: músicos y bailarines juntos |
Cada vez son más las propuestas que transgreden lo que habría de ser el espíritu serio y riguroso de un festival especializado en música antigua; esta edición de hecho han sido varias. Pero cuando una tiene la calidad de la que nos ocupa no hay más remedio que rendirse a sus encantos y aplaudirla sin prejuicios ni resentimientos. Es evidente que detrás de este espectáculo que combina música y danza de manera magistral, existe un trabajo y un esfuerzo descomunales, tanto por parte de los selectos integrantes de Accademia del Piacere, con Fahmi Alqhai, director a su vez del festival, al frente, como de los bailarines de la Compañía del cordobés Antonio Ruz, que ya colaboró hace dos ediciones junto a Vocalconsort Berlin con intenciones más humildes.
Un momento del ensayo, con Tamako Akiyama y Jordi Vilaseca en primer plano, y los hermanos violagambistas Alqhai al fondo |
Todos bellos y bellas, intérpretes musicales y de danza arrancaron componiendo un retrato de grupo muy en estilo barroco, negro en la vestimenta y austeridad en la puesta en escena, y declamando nombres y conceptos en francés y castellano paradigmáticos de dos culturas que se influyen y alimentan recíprocamente, especialmente en aquella era de esplendor. Sentadas las bases de un programa en torno a la longeva corte de Luis XIV, el Rey Sol, donde sin embargo primaba el color y la exuberancia, surgen dos partes bien diferenciadas. La primera alegre, sensual y desenvuelta, y la segunda tenebrista y sobria, ya sin la colaboración de una Mariví Blasco en estado de gracia, que protagonizó la primera mitad exhibiendo una voz poderosa, aterciopelada y con autoridad, que se fue relajando hasta alcanzar mimbres puramente folk de enorme belleza en Ay amor loco (Luis de Braceño) y Sé que me muero amor (de El burgués gentilhombre de Lully), mientras se dejaba seducir por la danza y se prestaba a incómodos cuadros acrobáticos. Todo ello conducido por el joven Indalecio Seura, maestro de ceremonias de un cabaret barroco por el que se deslizaron las poderosas y hermosísimas coreografías de Ruz, dejando a un lado los movimientos espasmódicos para centrarse más en la armonía y el erotismo de los cuerpos, solos o coordinados.
No menos belleza y seducción extrajeron Alqhai, Solinís, Núñez, Estevan o Rose de sus instrumentos, combinando fuerza y delicadeza a través de un sonido envolvente y sensual, con la célebre Marcha Turca de Lully como visagra entre las dos partes aludidas, y solos de Alqhai a la viola de gamba en torno a un imprescindible Marin Marais de inmenso lirismo y capacidad de evocación. Folías y sarabandas, sin olvidar la Europa Galante de Campra y L'Espagnole de Couperin, servidas con enorme sentido de la belleza y la responsabilidad en un proyecto dominado por un elegante sentido de la ensoñación que merece ahora un largo recorrido y encandilar así a otros públicos, como hizo con el que agotó las localidades de la única función programada en este festival.
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