Guión y dirección Borja Cobeaga Fotografía Jon D. Domínguez Música Aránzazu Calleja Intérpretes Ramón Barea, Josean Bengoetxea, Carlos Areces, Melina Matthews, Jöns Pappila, Óscar Ladoire, Raúl Arévalo, Secun de la Rosa, María Cruickshank, Santi Ugalde Estreno en el Festival de San Sebastián 22 septiembre 2014; estreno comercial 13 marzo 2015
Borja Cobeaga ha exhibido su talento por el cortometraje, con hitos como Éramos pocos, nominado al Oscar, la televisión – Muchachada Nui y Vaya semanita, cuyo concepto tiene mucho que ver en este film – y el largometraje, centrándose hasta ahora en comedias románticas con un punto marciano, como Pagafantas y No controles. El éxito obtenido con Ocho apellidos vascos, de la que fue coguionista, le ha permitido embarcarse en esta curiosa película que fantasea sobre la negociación entre el gobierno socialista y ETA en 2005 para acabar con la violencia en el País Vasco. Un tema al que uno se acerca con cierto temor y prejuicio, temeroso de que pueda herir nuestra sensibilidad, y por esa tendencia del cine español a frivolizar sobre temas tan duros y dramáticos como éste tirando por el camino frívolo de la comedia. Algo así como lo que ocurría la semana anterior con el estreno de Perdiendo el Norte, una típica españolada como las que se hacían en época de Franco para ilustrar el drama de tantas y tantas personas de este país que están teniendo que emigrar al extranjero ante las escasas oportunidades que les brindan nuestros patéticos y desvergonzados gobiernos. Hoy que tanto se critica a Zapatero, a nadie le interesa recordar que con él terminó uno de los mayores dramas que han asolado este país durante décadas, sesgando la vida de miles de inocentes. Cobeaga lo hace aunque para ello ponga en evidencia nuestra idiosincrasia e ineptitud. Un político socialista de profunda raigambre vasca pero sentimiento también español, se empeña en ser vértice de una negociación en Francia con la organización terrorista. Los tópicos se van poniendo en evidencia, mientras un cúmulo de despropósitos va alumbrando un diálogo en el que jugar a la empatía y la casualidad funciona mejor que esgrimir argumentos políticos o de índole humanista. Nadie domina ni controla el discurso, fundamentándolo en argumentos sin peso ni convicción, moral ni histórica, como evidencia la conversación con la prostituta cubana o el sintomático final. El mayor mérito de Cobeaga es manejar sus cartas sin molestar, con respeto y seriedad, a pesar de lograr mantener un tono humorístico pero sin astracanadas, basado siempre en la sonrisa con ocasionales carcajadas y apoyándose fundamentalmente en los ridículos personajes que plantea. Aunque se eche de menos mayor incisividad y mordacidad, la empresa y el talento lucen, consiguiéndose una película notable, entretenida y muy bien planteada y estructurada, que se beneficia además de estupendas interpretaciones y un tono irónico saludable y envidiable. Lo que llama la atención es que habiéndose presentado en el Festival de San Sebastián, donde obtuvo el Premio Irizar al cine vasco, no se acordaran de ella en los Goya, aunque fuera para reconocer el excelente trabajo de Ramón Barea.
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