Cinco Siglos junto a Delia Agúndez celebrando la Festividad de Santa Justa y Rufina en Huete (Cuenca) el verano pasado |
Ahora que la televisión ha puesto tan de moda a esa singular y discutible figura que fue Isabel la Católica, y aprovechando le publicación del último trabajo discográfico del Grupo Cinco Siglos apenas hace unos meses, nos hemos acercado de su mano y de la incomparable voz de Delia Agúndez a la época que vivió la reina bajo un prisma generoso en dulzura e intimidad. Antonio Torralba y Cinco Siglos se desquitaron así de la mala experiencia sufrida aquí el año pasado, cuando actuaron en la Muestra de Música Antigua de la Universidad bajo las deficientes condiciones acústicas de la Iglesia de la Anunciación. Y Delia Agúndez volvió prácticamente al mismo escenario en el que nos encandiló el verano pasado, los jardines de este palacio, cuando junto a Raúl Mallavibarrena interpretaron un repertorio barroco sin complejos, aligerado con un toque de piano jazzístico.
Siempre delicados y henchidos de un estilo refinado y elegante, los músicos, en esta ocasión comandados por el vihuelista Miguel Hidalgo, mantuvieron en todo momento un tono melancólico, lo que nos hizo viajar en el tiempo a los espacios más íntimos de la corte, resultando más difícil imaginarlos como entretenimiento para banquetes y sobremesa, como apunta la obra del músico y dramaturgo pre-renacentista Juan del Encina, que protagonizó gran parte del programa. Aunque su música alcanza un gran nivel lírico, especialmente en sus villancicos, las mayores dosis de lirismo llegaron de la mano de autores anónimos, comenzando por un Por mayo era por mayo que la soprano cacereña introdujo en nuestros oídos dejándonos literalmente boquiabiertos. El suave acompañamiento del conjunto, con una utilización del rabel bajo por parte de Daniel Sáez fascinante y atmosférico, hizo el resto para llevarnos prácticamente al éxtasis, sin ánimo de querer parecer cursi en la forma de describirlo.
Por ahí devino el resto de la velada, puede que manteniendo en exceso un estilo sobrio y atemperado, con glosas muy calculadas y refinadas, así como un empleo sutil y elegante de la percusión por parte de Antonio Sáez; pero en cualquier caso satisfaciendo las expectativas del melómano más exigente. La voz de Agúndez es dulce y carece por completo de cualquier atisbo de vibrato; controlada, elegantemente modulada y de agilidades contadas y precisas para no desbarrar ni salirse de estilo, la suya fue una interpretación ejemplar y sobresaliente, unida a un gran desparpajo a la hora de actuar o incluso de dirigirse al público, en un día tan especial para las mujeres trabajadoras. A ella, si sigue así, no le va a faltar el trabajo.
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