El título de una famosa película de Carol Reed de 1965, El tormento y el éxtasis, que contaba el complejo fraguado de la Capilla Sixtina por Michalangelo, sirvió también para definir el espíritu de este décimo concierto de abono, que tuvo la tragedia de Germanwings sobrevolándolo, y con el que Halffter y los maestros y maestras de la Sinfónica rubricaron una temporada inolvidable con un concierto que debería colocar al conjunto, por derecho propio, en la cumbre del actual panorama sinfónico español. Un programa exquisito, diseñado con cariño y mucho corazón, sirvió para dar la bienvenida a esta estación sacra con un elevado porcentaje de misticismo y espiritualidad, entre un emotivo minuto de silencio por las víctimas de la tragedia aérea de los Alpes y una inusual propina en su homenaje, un precioso arreglo de Leopold Stokowski de la Cantata Komm, süsser Tod BWV478 (Ven, dulce muerte) de Bach, que propició las lágrimas de algunas de las personas asistentes al concierto.
Las piezas seleccionadas combinaron, como en aquel film, la religiosidad y la admiración por la tradición litúrgica, con la incredulidad y el escepticismo de unos autores motivados por la sensualidad, caso de los rusos, y la devoción del alemán.
La capacidad del maestro madrileño para extraer matices y definir planos sonoros quedó bien reflejada en una suntuosa y espectacular lectura de la Obertura de La Gran Pascua Rusa, prodigio de orquestación y saturación de colores del insuperable en esas lides Nikolái Rimski-Kórsakov. La última de sus tres grandes obras sinfónicas, tras lo cual se centraría en la ópera, recibió de la ROSS un tratamiento solemne y muy inspirado, destacando la serenidad del arranque, su dramático clímax final, prodigioso en el uso de los metales, y las delicadas intervenciones del concertino Éric Crambes en las cadencias intercaladas en las melodías litúrgicas tradicionales que informan la partitura, y que estuvieron henchidas de un profundo y sincero lirismo.
Las primeras notas del Preludio de Parsifal nos evocaron aquella inolvidable puesta en escena que nos trajo Barenboim en el verano del 2004. A Halffter se le ve especialmente emocionado y cómodo con el compositor alemán, y lo tradujo en una interpretación majestuosa y brillante de una página en la que ensambló su gloriosa serenidad e imponente majestuosidad con la explosión de éxtasis que supone el final de la ópera. Esta sensacional expresión del debate moral y estético con el que lidió Wagner en sus últimos años, integró en manos de la ROSS fuerza y espiritualidad, haciendo honor a ese solemne juego escénico sagrado con el que generalmente se define la página. La cuarta de las sinfonías de Scriabin, concebida como poema orgiástico sobre el éxtasis creativo, obtuvo una respuesta contundente de la orquesta y su dirección, haciendo que la línea que separa lo físico y lo espiritual fuese prácticamente imposible de distinguir, gracias a un trabajo de apabullante energía y entusiasmo generalizado de todos los sujetos implicados en una ejecución antológica. Confiamos que la anunciada buena relación entre Halffter y el nuevo director de la ROSS se traduzca en nuevas colaboraciones del director artístico del coliseo con una orquesta a la que debemos buena parte del próspero devenir cultural y musical de la ciudad, lo que nos obliga a atenderla, cuidarla y mimarla en la medida de nuestras posibilidades.
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