Reino Unido 2018 97 min.
Dirección Jon S. Baird Guión Jeff Pope, inspirado en el libro “Laurel & Hardy: The British Tours” de ‘A.J.’ Marriot Fotografía Laurie Rose Música Rolfe Kent Intérpretes John C. Reilly, Steve Coogan, Shirley Henderson, Nina Arianda, Rufus Jones, Danny Huston, Joseph Balderrama, John Henshaw Estreno en Reino Unido 11 enero 2019; en España 15 marzo 2019
Stan Laurel y Oliver Hardy, conocidos en nuestro país, tan dado a los motes, como El gordo y el flaco, conocieron su momento de gloria con el cine mudo y lo extendieron a la primera década del sonoro, para ir sufriendo el inevitable declive en los años cuarenta del pasado siglo, especialmente tras la irrupción del humor más facilón y socarrón de otra pareja de cómicos, Abbott y Costello. En los cincuenta, época en la que se ambienta esta entrañable película, la pareja realizó una gira teatral por el Reino Unido e Irlanda que debería servir como plataforma de lanzamiento para una nueva aventura cinematográfica que no llegó a cuajar. Esta gira fue documentada en un libro que ha servido de inspiración para trazar este emotivo, amable y simpático retrato de esta pareja de artistas y, sobre todo, grandes amigos; pero también de sus respectivas esposas y la relación de amor, respeto y admiración que parecieron mantener con ellas. Afortunadamente atrás parecen quedar los tiempos en los que los grandes mitos del cine, la música y el arte en general eran tratados como material morboso, destacando sus miserias, vicios y traumas por encima de su genio y creatividad, de aquello que hicieron las delicias de sus innumerables seguidores y seguidoras. En esta semblanza la pareja de cómicos es tratada con toda la admiración que merecen, sin por ello obviar sus posibles rencillas y desencuentros, pero sin que estos detalles primen sobre lo que principalmente importa, el retrato de una forma de entender el espectáculo y de unos seres que con su ingenio y dignidad lograron elevar a altas cotas el arte cinematográfico. La cinta de Jon S. Baird, más curtido en la televisión que en el cine, donde apenas recordamos Filth el sucio, protagonizada por James McAvoy en 2013, trata con suma dignidad a unos personajes famosos en el ocaso de su estrella, recuperando algunos de sus gags más celebrados y recurrentes, y centrándose en un momento delicado de sus vidas, en lo profesional y en la salud. Un canto a la amistad más tierna y sincera, al amor profesado por unas esposas tan desinteresadas como cómplices en esa emotividad y respeto que exhiben sus protagonistas. Todo ello cuenta con la complicidad de un cuarteto de intérpretes tocados por la varita mágica, que no sólo soportan el vestuario, el maquillaje y la peluquería que consiguen el milagro de devolver a los mitos a la vida, sino que logran con sus interpretaciones un trabajo excelente y digno de todos los reconocimientos. Hay que añadir un quinto personaje, el empresario que los pasea por el Reino Unido, tratado también con respeto y consideración, sin obviar su lógica e inevitable inclinación al negocio. Como anécdota destacar el considerable parecido que presenta Nina Arianda, la actriz que da vida a la esposa de Laurel, con Carmen Machi. A destacar también la breve intervención de Danny Huston, heredero de la ilustre saga que le da nombre, como el productor Hal Roach, artífice de la combinación entre el británico Laurel y el norteamericano Hardy, como paradigma de una figura imprescindible para entender la maquinaria creativa de la producción hollywoodiense clásica. A todo eso hay que sumar además una puesta en escena entrañable en su academicismo y pulcritud, y la hábil inclusión de temas musicales tan entroncados con la carrera de sus protagonistas como Dance of the Cuckoos de Marvin Hatley y Trail of the Lonesome Pine de Henry Carroll y Ballard MacDonald. La combinación de todos estos ingredientes, manejados con soltura, sensibilidad y habilidad por Jon S. Baird, es un festín para amantes del cine clásico, las historias de amistad y respeto bien contadas, y el recuerdo de una época en la que la inocencia y los buenos sentimientos eran más frecuentes.
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