De entrada no somos muy partidarios de programar de una sola tajada un ciclo completo, por atractiva que pueda parecer la iniciativa. El resultado suele ser engorroso, monótono y rutinario, acabándose por no apreciar en su justa medida las particularidades de cada obra, y considerando así como un todo lo que debía ser valorado pieza a pieza. El opus 20 supone la madurez del cuarteto de cuerdas, y desde luego la serie más prestigiosa de Haydn previa al Op. 76. Denominados Cuartetos de Sol por la ilustración que adornaba la edición berlinesa de 1776, en general se consideran bastante sombríos e inaccesibles. Un arranque seco y frío del Cuarteto nº 6, caracterizado precisamente por ser uno de los más elegantes de la colección, nos hizo temer un exceso de rigor historicista en perjuicio de una mayor bondad interpretativa, más morbidez y preocupación por su profundidad expresiva. Y más o menos así discurrió esta primera obra, a la que no logramos prestarle suficiente atención. Igual arrancó el Cuarteto nº 3, apreciándose cierta falta de conexión y empaste entre la cuerda aguda y la grave, un violonchelo que sin embargo logró momentos de indudable belleza en los solos del solemne adagio. Mucho brío y poco margen para la respiración marcaron el menuetto precedente y considerable músculo el allegro final en tono menor y con un perfecto equilibrio y diálogo entre los cuatro instrumentos.
Costanza volvió a resplandecer, ya por la tarde, en el Cuarteto nº 4, uno de los más populares y donde el violonchelo juega un papel fundamental. Aquí el menuetto alla zingarese brilló con notable ímpetu y jovialidad, mientras el final fugado disfrutó de un sutil y muy elocuente desvanecimiento. De nuevo el cello dotó de elegancia el arranque del nº 5, uno de los dos de la serie que Haydn concibió en tono menor, mientras la melodía en manos de Geoff Nuttall se contagió de su particular temperamento crispado y fogoso. Los dos primeros cuartetos del ciclo cerraron esta exhibición tan extenuante, sobre todo para los intérpretes, evidenciándose en el primero cierta falta de profundidad en pasajes como el allegro moderato inicial; afortunadamente se mantuvo en todo momento una conveniente serenidad, apoyada en un fraseo y unas articulaciones nada rígidas. El más dramático de los seis cuartetos, el nº 2, se benefició de un intenso adagio, con un considerable pathos y muy elocuentes silencios, así como una sucesión instrumental sotto voce tan gratificante como el resto del intenso trabajo desplegado por el esforzado conjunto.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
No hay comentarios:
Publicar un comentario