USA 2019 120 min.
Dirección Ric Roman Waugh Guion Creighton Rothenberger, Katrin Benedikt y Robert Mark Kamen Fotografía Jules O’Loughlin Música David Buckley Intérpretes Gerard Butler, Morgan Freeman, Piper Perabo, Lance Reddick, Jada Pinkett Smith, Tim Blake Nelson, Nick Nolte, Chris Browning, Danny Huston, Michael Landes, Joseph Millson Estreno en Estados Unidos y España 23 agosto 2019
Primero fue el Servicio Secreto de la Casa Blanca, cuyo código responde al nombre de Olympus, después Londres con motivo de una cumbre de mandatarios del mundo, y ahora el propio protagonista de esta de momento trilogía sobre terrorismo a gran escala, el ángel guardián del título original, objetivo de una conspiración para hacerlo parecer como responsable de un disparatado ataque terrorista contra el presidente de Estados Unidos. Lo de menos es quien dirija estos sofisticados artilugios palomiteros a costa de mucha muerte y más destrucción, con total y absoluto desprecio por la vida humana. De hecho ha cambiado de manos con cada nueva entrega, del algo más prestigioso Antoine Fuqua al que ahora nos ocupa, curtido en películas absolutamente olvidables en las que sin embargo ha dirigido a intérpretes muy conocidos, pasando por un prometedor director sueco del que después de su incursión en las desventuras de Mike Banning no volvimos a saber nada más.
Y es que la función es tan previsible, arquetípica y consabida, y sus hechuras tan convencionales, por mucha acción y efectos que presente, que poca falta le hace una mente con talento detrás. Disparate tras disparate, asistimos a la poco interesante y previsible persecución de un falso culpable, un fugitivo que provoca añoranza del que interpretó Harrison Ford hace casi treinta años, mientras observamos una vez más cómo los servicios secretos carecen de la más básica inteligencia, nuestro héroe acusa en exceso el paso del tiempo y dilapida su talento como un tal Bruce Willis hizo hace décadas, cuando se empeñó en hacerse millonario a costa de enfrentarse a junglas atestadas de terroristas, y los lujosos secundarios ven la oportunidad de engrosar sustanciosamente sus cuentas bancarias.
Pero lo peor es esa falsa moral que vuelve a adueñarse de la empresa, con denuncias a las guerras provocadas para dar salida a la industria armamentística estadounidense, y supuestos a apoyos a jefes de estado pacifistas y renovadores, hipócritas guiños incluidos a la nefasta gestión del actual presidente norteamericano, a la vez que asistimos a un desvergonzado espectáculo de muerte y destrucción y un nuevo fomento de la violencia y la seducción de las armas entre la población más voluble, los y las adolescentes que llenan las salas para ver engendros tan poco recomendables como éste. Pero claro, la segunda industria americana es el cine, así la conjunción es perfecta.
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