Drumming es una de las obras claves de la música contemporánea. Compuesta hace casi cincuenta años, Steve Reich revalidó con ella su posición de compositor más destacado de su generación en Estados Unidos y padre absoluto del minimalismo junto a otros autores como Terry Riley o Philip Glass. Inspirado por una visita a Ghana, y muy especialmente por el folclore de la gente de Ewe en la zona del Volta, donde por cierto contrajo malaria, Drumming es el resultado de su aprendizaje con el maestro de la percusión Gideon Alorwoyie, e inmediatamente saludada como obra maestra del minimalismo. Sigue la técnica del phasing, una pareja de intérpretes tocando el mismo acorde una y otra vez al unísono y en un mismo instrumento, mientras poco a poco van cambiando de tempo. Con esta pieza Reich abandonó su primitiva austeridad permitiendo formas y estructuras menos estrictas y más atractivas para su comprensión y deleite.
Bien en su versión más extensa de casi hora y media de duración, o en esta más frecuente de apenas una hora, dependiendo de las repeticiones, una interpretación de Drumming bien estructurada y disciplinada consigue en el oyente una sensación hipnótica que logra sumergirle en el ritmo y la música de forma envolvente y casi obsesiva. Nueve jóvenes percusionistas, tres profesores del conservatorio, dos voces femeninas y una intérprete de piccolo lograron estos objetivos gracias al esfuerzo y la implicación que caracteriza cada nueva exhibición de las facultades de esta joven orquesta del CICUS y el Conservatorio Manuel Castillo. Y aunque con su proverbial humildad Juan García Rodríguez asegura no haber participado en la gestación de este reto, a nadie escapa que con su implicación en la vida musical de vanguardia de la ciudad, al frente de su conjunto Zahir Ensemble o en proyectos tan ilusionantes como el Innova Ópera que estrena la próxima semana en el Maestranza, haya elegido y supervisado la interpretación de esta emblemática obra para el segundo programa de la actual temporada de la Conjunta.
El resultado estuvo a la altura de los obtenidos por el Steve Reich and Musicians, aún hoy en activo con la mayoría de sus integrantes, el día de su estreno en 1971 en Nueva York, y podemos asegurar que la recepción fue más entusiasta que la de aquel momento, por muy hippy que se fuera entonces, tan en sintonía con estas estéticas musicales provenientes de África y Asia a través de bongos, marimbas y glockenspiels, instrumentos parecidos al vibráfono. El sentido matemático de la precisión primó a lo largo de la pieza, dividida en cuatro partes sin pausa pero muy perceptibles, bongos en la primera que son sustituidos en la segunda por marimbas y voces en imitación, acaso demasiado altas y en primera línea para tratarse de una pieza en la que deben camuflarse con el resto. Una tercera protagonizada por los glockenspiels, y un final apoteósico con todos los participantes en escena, finalizando en seco, de forma abrupta pero muy sugerente. Todo lo cual invita a realizar sobre el escenario una atractiva performance en la que los intérpretes van apareciendo y desapareciendo según la necesidad, con tal aglomeración a veces en las marimbas y los glockenpiels que parece estemos asistiendo a un taller de trabajo en cadena.
A todo se ciñeron los voluntariosos y muy concentrados intérpretes con tal ahínco y responsabilidad que, a pesar de algunos desajustes de ritmo y precisión que en ocasiones provocaron cierto desorden, el resultado fue espléndido y ampliamente reconocido. También la respuesta del público estuvo a la altura, salvo en una tercera parte en la que se apreció cierto nerviosismo en forma de murmullos, toses, alguna caída de objetos y sonidos de bebé, una falta de respeto a los músicos y al público, y un suplicio para el niño o la niña.
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