La Gran Vía madrileña obró el milagro hace ya bastantes años, generar una afición mayoritaria por el teatro musical en un país donde hasta hacía poco el género solo entusiasmaba a una élite muy entregada. Contaban nuestros abuelos que en posguerra la gente iba al cine a ver musicales porque era lo que había, pero pataleaban cuando Fred Astaire o Judy Garland entonaban una canción. Afortunadamente esos años de penuria y analfabetismo pasaron a la historia y hoy son muchas las personas que sienten auténtico fervor por un género que mueve mucho negocio y se ha convertido en un generoso y saludable entretenimiento. Entre quienes lo han fomentado está SOM Produce, que mantiene aún en cartel Billy Elliot, con gran aceptación de público y notables logros artísticos.
West Side Story sorprendió en su día por la calidad de su música y su carácter eminentemente dramático cuando el musical se identificaba con alegría y distensión. Fue en 1957, justo un años después de que otro musical, My Fair Lady, se convirtiera en todo un éxito en Broadway y marcara un antes y un después en el género. No tardaron ambas en adaptarse al cine, con la particularidad de que en España el musical de Frederick Loewe fue traducido también en las canciones, al igual que lo eran otros musicales monumentales como Sonrisas y lágrimas o Mary Poppins. No ocurrió sin embargo lo mismo con el título de Leonard Bernstein, cuyas canciones se mantuvieron en inglés con las voces de Jimmy Bryant, Marni Nixon y Betty Wand doblando a Richard Beymer, Natalie Wood y Rita Moreno. Por eso el trabajo de Federico Barrios y los hermanos Alejandro y David Serrano adaptando al español los textos íntegros de la obra se revela especialmente complejo y novedoso.
El resultado de esta producción es en términos generales satisfactorio, con un acabado formal correcto y aseado que se presenta como versión íntegra de la pieza, la misma que se estrenó en el Winter Garden de Nueva York el 27 de septiembre de 1957. Por eso quienes conozcan bien la película se habrán dado cuenta de que los números Calma (Cool) y Querido Sargento Krupke (Gee, Officer Krupke) están intercambiados, ya que el emplazamiento de éste en el original resulta anticlimático después de la tragedia, que el ballet Somewhere (En algún lugar) se sustituyó en el film por un sencillo dúo de amor sin coreografía, o que Me siento hermosa (I Feel Pretty) suena en otro momento y lugar. Todas estas particularidades son recuperadas en este montaje, que por otro lado cuida tanto su mimetismo con el original que no aporta novedad alguna ni esconde sorpresa reseñable.
Una compañía entregada y disciplinada
El responsable más destacado del éxito de esta empresa es la excelsa partitura de Leonard Bernstein, que conocemos más en manos de grandes orquestas con generosas secciones de cuerda que en formato reducido habitual en un teatro dedicado al género. Sin embargo hemos de decir que salvo en un prólogo con desatinos en los metales y una trompeta algo díscola, el resto de la función la banda lució espléndida, aún sin cuerda suficiente, haciendo honor a la sensacional música y con especial mención precisamente de esos metales en la secuencia del baile en el gimnasio, donde el famoso mambo lució en todo su esplendor. Como responsable musical, Gaby Goldman desplegó por lo tanto un trabajo ejemplar.
En cuanto al elenco hemos de presumir que en su estreno sevillano en un lugar tan privilegiado como el Maestranza, donde ya en junio de 2012 disfrutamos de un suntuoso Sonrisas y lágrimas, contamos con el reparto principal, y de hecho así nos lo pareció desde nuestra algo alejada posición. Sería conveniente que los programas de mano se adaptaran cada función al reparto asignado. Bastaría con hacer tiradas distintas o añadir una octavilla aclaratoria. Así las cosas esperamos no equivocarnos al aplaudir el talento canoro de Talía del Val, a quien hemos visto en Sevilla en Los miserables y El médico, una voz de soprano lírica perfectamente educada y capaz de sobreagudos extraordinarios. Con Javier Ariano el papel de Tony dejó de sonar como tenor para decidirse por una voz de pop ligero en la línea de un Bustamante o un Bisbal, que el cantante murciano defendió a la perfección. También Silvia Abarca destacó con temperamento y decisión en su rol de Anita, protagonizando una de las escenas más incómodas de la función, cuando la manada de los Jets intenta violarla. Víctor González como Riff cantó y bailó correctamente, pero sin las acrobacias a las que nos acostumbró Russ Tamblyn en la película de Robert Wise; por su parte, Oriol Anglada interpretó con dignidad pero sin distinción a Bernardo. En conjunto ellas lucieron mejor, en números como América, Me siento hermosa, el dúo Un chico como ése/Tengo un amor o el solo de En algún lugar, prodigio de emoción y lirismo. Ellos acusaron menos energía y brío en Querido Sargento Krupke y el arranque del Quinteto, por otro lado uno de los momentos más conseguidos y desde luego de los más sobrecogedores. Todos y todas merecen sin embargo un cálido reconocimiento por incorporar tantas repetidas veces esos mismos roles, trabajo desde luego arduo y fatigoso, y que resulten siempre frescos. ¡Es la magia del teatro!
La coreografía dejó entrever claramente su influencia del Jerome Robbins original, pero desde una perspectiva demasiado ordenada y mecánica que hizo que la energía y la fuerza se resintieran un poco. Entre todos los danzantes nos sorprendió especialmente una gimnástica Ana Escrivá como Grazziela. La escenografía, que no llegó a ocupar toda la grandeza del escenario hispalense, resultó ágil y efectiva, con cambios a menudo imperceptibles e ingeniosos, todo dentro de un conjunto tan correcto como disfrutable.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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