Ascensión Padilla |
La Casa de los Pianistas puso su particular broche de oro a un año tan fructuoso para el proyecto como éste con la muy agradable sorpresa de escuchar a su propia impulsora, la cordobesa Yolanda Sánchez, tocando al piano, una actividad que según confiesa tenía bastante abandonada y que ha retomado gracias a la propuesta de la soprano alicantina Ascensión Padilla. Un proyecto tan valioso y particular como éste le ha valido a la docente y pianista encendidos elogios que han trascendido a la propia ciudad de Sevilla, llegando a rincones de toda España y propiciando el interés de artistas como esta cantante de dotes singulares y ecléctico repertorio, lo que se tradujo en un singular aunque breve concierto.
Yolanda Sánchez |
Padilla comenzó tensa e insegura entonando el aria de locura Qui la voce sua soave, de I puritani de Bellini. Posee un considerable torrente de voz que proyecta con facilidad y modula no sin cierta artificiosidad pero con notables recursos, lo que traducido a las reducidas dimensiones del espacio pudo provocar ese retraimiento de la cantante y cierta distorsión en el resultado final. Continuó evocando a la Callas con Io son l’umille ancella de Adriana Lecouvreur de Cilea, aria de presentación del personaje que defendió en la misma línea, con evidente falta de expresividad y demasiada rigidez, pero facilidad para el agudo y un timbre bien marcado, lo que también pudo apreciarse en el muy célebre Ebben n’andró lontana de La Wally de Catalani, otro caballo de batalla de la Divina que coronó con un fulminante sobreagudo. En las propinas la admiración prosiguió con Vissi d'arte de Tosca de Puccini, pero entonces, tras las romanzas de zarzuela y los musicales de Broadway, su voz ya caldeada había cobrado seguridad y se notó en un fraseo mucho más flexible y una expresividad más acorde.
Un momento de la actuación |
De las dos romanzas de zarzuela que interpretó destacó No corté más que una rosa, de La del manojo de rosas de Sorozábal, en perfecto estilo y con una muy templada y afilada voz que sirvió también para ofrecer una competente versión de La petenera, de la zarzuela de Moreno Torroba La marchenera, estrenada en plena Guerra Civil. Pero curiosamente fue en los musicales donde exhibió una mayor comodidad y rutilante expresividad, y eso que tuvo que repetir los primeros compases del Summertime de Gershwin al errar en el tono que Sánchez le dio correctamente. El resto de la célebre canción fue una pura delicia, como también lo fue una vivaz y espléndida interpretación del I Could Have Danced All Night de My Fair Lady, una de tantas excelentes canciones de Frederick Loewe y Alan Jay Lerner que todos y todas retenemos en nuestro recuerdo.
Lo mejor que se puede decir de la compenetración de ambas artistas es que Yolanda Sánchez asumió con discreción su trabajo como acompañante, sin deslizar alarde alguno que pudiera distraer nuestra atención del canto, limitándose a arroparla con sutileza y elegancia. Pero en las dos obras que ofreció en solitario atisbamos una excelente pianista que hace bien en retomar su faceta concertista. Si logró plasmar todo el patetismo chaikovskiano en su Meditación Op. 72 nº 5, sin estridencias ni exceso de temperamento, con una de las muchas transcripciones para piano solo de la Vocalise de Rachmaninoff transmitió una considerable melancolía y una sincera emoción que a algunos nos hizo incluso derramar alguna lágrima.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
Mis lapsus traicioneros y habituales me hicieron poner Casta Diva en lugar de visi d,arte. Ya corregido. Lo siento
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