Rusia 2019 130 min.
Dirección Kantemir Balagov Guion Kantemir Balagov y Aleksandr Terekhov Fotografía Kseniya Sereda Música Evgueni Galparine Intérpretes Viktoria Miroshnichenko, Vasilisa Perelygina, Konstantin Balakirev, Andrey Bykov, Olga Dragunova, Timofey Glazkov, Kseniya Kutepova Estreno en el Festival de Cannes 16 mayo 2019; en Rusia 20 junio 2019; en España 20 diciembre 2019
Larguirucha suena muchas veces a lo largo de esta película, a veces incluso de forma algo forzada. Pero aquí han preferido cambiar ese su título original por Una gran mujer, que no es lo mismo que Una mujer grande, más acorde con las características físicas de su protagonista, y que insinúa un doble sentido que el personaje ciertamente no parece merecer. En el colmo de los despropósitos nos indican entre paréntesis su título internacional, en inglés, en lugar de ese Larguirucha indicado, que es lo que significa Dylda (en ruso) y Beanpole (en inglés).
El segundo largometraje de la nueva sensación rusa, Kantemir Balagov, después de Demasiado cerca, estrenada en 2017, es una desagradable inmersión en los estragos de la guerra a través de dos mujeres y sus muy crudas y sórdidas experiencias. Una vez más es la mujer el objeto de esa catarsis psicológica, a menudo, y ésta no es una excepción, relacionada con ese instinto maternal mal interpretado que la convierten en un ser trastornado, mientras los hombres son trazados con mano más indulgente, aunque no dudemos de que las intenciones sean diametralmente opuestas, las de sublimar a la mujer por encima del hombre. Pero no podemos hacer eso convirtiéndola en una mártir, en una mater dolorosa entregada al sacrificio y la sinrazón, porque volvemos a errar y a hacer un mal favor a un movimiento que necesita mayor visibilidad y un punto de vista más racional y estricto. Aquí dos mujeres heridas por la guerra, una, la del título, con un síndrome que la enajena periódicamente y de forma involuntaria durante algunos minutos, y la otra regresada del frente en una recientemente terminada Segunda Guerra Mundial, se enfrentan a un futuro sin más esperanza que la maternidad, mientras deambulan cual zombis por un paisaje terriblemente colorista, poblado por intensos verdes y rojos, en el que sobreviven soldados heridos, médicos bondadosos, mujeres políticas detestables (otro signo de misoginia inconfesa), niños inocentes y jóvenes simplones (¡ay los hombres, qué tontos que son!).
Todo un ejercicio sádico que invita al espectador a sumergirse en una experiencia masoquista, insoportable por las insufribles e incomprensibles reacciones de sus protagonistas, la cantidad de situaciones dolorosas a las que se les somete y la escasa lucidez con la que se tributa a la mujer herida y por lo tanto desquiciada, frente al hombre, al parecer más cerebral y ajeno al sufrimiento, por mucho que también se le exponga a situaciones extremas. Lo que a nosotros nos parece otro despropósito, otros lo consideran un producto sobresaliente e incluso lo premian, como hicieron en Cannes con el galardón a la mejor dirección en Un certain regard.
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