Denuncia el filósofo y crítico cultural Ramón del Castillo, en su interesante pero no muy documentado artículo del programa de mano de The Perfect American, que el libro de Peter Stephan Jungk en el que se basa el libreto de Rudy Wurlitzer para la nueva ópera de Philip Glass, estrenada mundialmente en el Teatro Real de Madrid gracias a la amistad del compositor neoyorquino con Gerard Mortier, no acierta más que a esbozar la personalidad de Walt Disney, sin analizar el papel que su trabajo y su producto ha ejercido en varias generaciones de niños, a los que ha domesticado a su antojo, coartando a través de la fantasía su capacidad para generar precisamente fantasía.
Los postulados de Lincoln manipulados por los esbirros de Disney |
Más que interesarnos la figura de quien estuvo detrás de la creación de Mickey Mouse y el Pato Donald, si era misógino, negrero, racista o incluso fascista, y combinar esas acusaciones con las consabidas y también merecidas ovaciones, lo que de verdad importa es cómo esa personalidad debió cristalizar en un imperio que, invocando un mundo perfecto a imagen y semejanza de valores tan tradicionales como discutibles, ha marcado generaciones enteras de niños y niñas a un lado y otro del Atlántico. De eso no hablan ni Jungk ni Wurlitzer ni la música de Glass. Sólo una secuencia, porque en tales está estructurada este singular drama cantado, en la que el megalómano de Chicago discute con un muñeco biónico de Lincoln, movido por cables a su antojo, encontramos algún punto de crítica realmente efectiva a lo que supone la influencia de Disney en nuestro mundo y hábitos, centros comerciales incluidos. Y es que resulta curioso cómo hace unos días comentábamos que Spielberg ha perdido la oportunidad de hablarnos de un Lincoln insólito, fascinado por las proclamas sociales y filosóficas de Marx, algo que en la ópera de Glass es aprovechado para confrontarlo a un Walter Elias Disney cultivador de un sistema de producción que explotaba y exprimía sistemáticamente a los trabajadores.
La supuesta polémica que habría de generar esta nueva ópera del autor de Einstein on the Beach queda así reducida a pura anécdota. Ya lo avisaba Glass cuando los estudios Disney decidieron apartarle cualquier apoyo y él contestó que se dignaran a verla. Y es que efectivamente no habrían encontrado tanto motivo para condenarla, salvo quizás por el hecho de que su familia no respetara sus deseos de ser criogenizado y encima decidiera incinerarlo, puede que para asegurarse de que no volviera a molestar nunca más. Lo cierto es que aunque hace casi medio siglo que murió, su sombra es tan alargada que los productos Disney, salvo contadas ocasiones, siguen expidiendo un tufo rancio y reaccionario, tan poco conveniente para educar a nuestros niños y niñas en el respeto a la diversidad y en la libertad para elegir tendencias y comportamientos.
Los barítonos Christopher Purves y David Pittsinger son Walt Disney y su hermano Roy respectivamente |
Glass ha estrenado aquí, en Madrid, su nueva ópera, y van más de veinte, cuya música no defrauda a sus incondicionales, pero ni sorprende ni cautiva, simplemente es previsible y perfectamente intercambiable con cualquier otro de sus títulos, incluidas sinfonías y otros trabajos escénicos. Su escucha es agradable, reincidiendo en su pasión por marimbas, castañuelas, percusión y, sobre todo, cuerda en ostinato, con crescendi subyugantes y un esmerado trabajo en intriga y tensión. Pero no es ni más ni menos que más de lo mismo, servido con todo lujo de detalles por su batuta habitual, Dennis Russell Davies, bajo cuyas órdenes la Sinfónica de Madrid luce sus mejores prestaciones en timbre, precisión y agilidad. Más interesantes las partes corales, magníficamente recreadas por el Coro Intermezzo, que las vocales solistas, cuya escritura no da para grandes alardes, si bien a la vista de lo visto tampoco parece que el elenco elegido fuera muy capaz de afrontar agilidades y dificultades canoras.
Como no podía ser menos la dirección escénica se adapta intencionadamente al cine; no en vano la dramaturgia debe mucho a Ciudadano Kane, con recuerdos de la infancia incluidos… una granja llamada Marcelina que funciona como el Rosebud de Welles. Un escenario iluminado y elevado hidráulicamente y unas cortinas giratorias con imágenes proyectadas son el principal reclamo escénico de un espectáculo integral y satisfactorio en el que tampoco falta la danza, integrada en la trama a través de los espasmódicos movimientos de los dibujantes explotados por el caudillo Disney. Lástima que el vestuario resulte anacrónico, aparcado diez años antes de los que quiere representar, los últimos sesenta poco antes de morir el traumatizado protagonista.
El cantante y actor mexicano Carlos Rivera da vida al joven Simba, protagonista del musical |
Y mientras en el Real se analiza, ya hemos dicho que no muy acertadamente, la figura del megalómano empresario, a solo unos metros se representa, en la Gran Vía, uno de los últimos entramados basados en sus rancios postulados. Nada más y nada menos que la versión que de Hamlet perpetró el estudio hace veinte años y que desde hace algunos se ha convertido en uno de los éxitos del teatro musical más alabados de la historia del género. Y es que hay mucha gente que todavía no se ha dado cuenta de que El rey león, las aventuras del leoncito hijo del rey de la selva que pone imprudentemente en peligro la continuidad dinástica, solo bajo cuyo dominio y orden pueden girar el orden social y natural de la vida, encierra todo un evangelio sobre la sumisión, la jerarquía y la diferencia de clase y casta; en definitiva el enaltecimiento del ser superior y el aplastamiento de sus reaccionarios. Traición, muerte y venganza siguen siendo los pilares de este controvertido y erróneamente considerado cuento para niños, para formarles en el mantenimiento de un orden de cosas, ahora en clave de musical.
No se puede negar que el esfuerzo de producción es extraordinario en cualquiera de las plazas en las que se viene representando, porque en todas cuenta con la supervisión de Julie Taymor, una superdotada realizadora de escena y cine, que ha demostrado con creces su capacidad creativa y plástica por ejemplo en películas como Titus, Frida, Across the Universe y La tempestad. Magníficos el vestuario y la iluminación, el juego de marionetas, los artificios ideados para recrear los animales de la selva africana, y la eficaz y dinámica escenografía. Estupenda también la coreografía y demás movimientos escénicos, dentro y fuera del escenario. Las habilidades canoras de los intérpretes son en general satisfactorias, aunque las de algunos son evidentemente más espectaculares que las de otros, en un elenco que aglutina talentos españoles, africanos y americanos a partes iguales. Excelente también la dirección musical, si bien no nos atrevemos a dar nombres porque cambian de una función a otra sin que se especifique.
Sin embargo la partitura no acaba de convencernos; ni las canciones de Elton John y Tim Rice y la música de Hans Zimmer y Lebo M rescatadas de la película, ni el nuevo material de Mark Mancina, Jay Rifkin y la propia Julie Taymor, terminan de cuajar para nuestros gustos; lo que añadido a que se trata de un soporte para las habituales proclamas reaccionarias de los peores productos Disney, tenemos que terminar asegurando que a pesar de sus calidades y excelencias, es éste un musical que no cuenta con nuestro agrado.
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