Versión de Ernesto Caballero Escenografía y dirección Gerardo Vera Vestuario Franca Squarciapino Iluminación Juan Gómez-Cornejo Música Luis Miguel Cobo
Intérpretes Nuria Espert, Héctor Colomé, Carmen Conesa, Ricardo Joven,
Paco Lahoz, Markos Marin, Jeannine Mestre, Víctor Valverde e Ileana Wilson
Teatro Lope de Vega, sábado 12 de enero de 2013
Escrita por Lillian Hellman en 1939, The Little Foxes se traduce literalmente como Los pequeños zorros, título que hace alusión a la Canción de Salomón de la Biblia, donde dice “traedme a los zorros, los pequeños zorros que arruinan los viñedos, para que mantengamos una buena cosecha”. Se refiere a las alimañas que abusan de los más débiles para crear su imperio de corrupción, extorsión y poder sin límites, algo que en la época en la que está ambientado el drama de la escritora y amante de Dashiel Hammett estaba únicamente permitido a los hombres. Desde el estreno de su adaptación al cine, tan solo un par de años después de que Tallulah Bankhead lo estrenara en Broadway, fue bautizado en España como La loba, en clara referencia al personaje central de la obra, estigmatizándola y condicionando cualquier buen entendimiento y comprensión de las verdaderas intenciones de la autora.
Que Bette Davis, especialista en personajes de mujer fría, perversa y calculadora, inmortalizara el papel de Regina Hubbard en el cine – grandes actrices como Anne Bancroft, Elizabeth Taylor y Stockard Channing también le dieron vida en el escenario en distintas reposiciones – contribuyó también en gran medida a esta condena del personaje femenino central de la pieza. Pero a buen seguro que entre las intenciones de Hellman, conocida feminista y activista de su época, que incluso llegó a introducir en la escena americana el lesbianismo a través de La hora de los niños (cuya adaptación al cine, de nuevo bajo dirección de William Wyler, también vio tergiversado su título en España por el de La calumnia), no estaba condenar a esta mujer; si acaso castigarla por su calculadora ambición, pero no por su posible perfidia. En realidad Regina no hace otra cosa que utilizar sus armas para evitar que en una sociedad en la que la mujer no tiene derecho a nada, vive a la sombra de su marido y apenas puede decidir sobre su fortuna, su voz llegue a tener eco, aunque para ello tenga que echar mano de sucias estrategias. Si el castigo le llega en forma de hija desagradecida, que prefiere arrimarse a la lumbre de un padre egoísta, vividor e idealista (qué fácil es serlo cuando no se tienen problemas económicos y uno se dedica a observar el entorno mientras disfruta de sus caprichos) que a una madre que solo procura un cambio en la sociedad, un futuro mejor para la mujer, para su propia descendencia. Que la hija no lo entienda es un mal que persiste hoy en día en el que muchas mujeres continúan justificando el maltrato machista y las costumbres misóginas.
Por eso a este drama le perjudica su título. Nuria Espert no encarna a una loba; los personajes masculinos, sus ambiciosos hermanos, el necio de su marido y el patán de su sobrino, sí son los pequeños zorros del título original. Gerardo Vera, que para la ocasión nos ofrece una muy estilizada y elegante puesta en escena, parece haber entendido el libreto y nos muestra una Regina humana, cansada de ser utilizada e ilusionada con las perspectivas que para disfrutar por fin de la vida se le ofrecen en forma de lucrativo negocio. ¿Qué no hay pastel para ella? ¿Cómo que no? Es mujer, pero no tonta. Lástima que en aras a una buena publicidad que sepa aprovechar el tirón de su famosa versión cinematográfica se haya tenido que mantener el título de La loba, con lo apropiado que hubiese sido rebautizarlo como Los pequeños zorros, o simplemente Los zorros.
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