6º Concierto de abono XXIII Temporada. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Javier Perianes, piano. Ari Rasilainen, director. Programa: Cantus Arcticus Op.61 de Rautavaara; Concierto para piano y orquesta nº 1 Op.11 de Chopin; Sinfonía nº 5 Op.82 de Sibelius. Teatro de la Maestranza, 17 de enero de 2013
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El pianista onubense Javier Perianes |
Aún conmocionados por el excelente disco que de varias sonatas de Beethoven ha grabado Javier Perianes, asistimos a la primera actuación de su temporada en Sevilla como artista residente de la ROSS y el Teatro de la Maestranza. Su genialidad está ya fuera de toda discusión, aunque no todo lo que toca tiene necesariamente que traducirse en excelencia. De hecho percibimos en su entregada interpretación del Concierto nº 1 de Chopin una muy calculada búsqueda de sensibilidad a través del rubato, el gesto reposado y la delectación ante el teclado, que a veces se tradujo en un sonido demasiado dulzón, si bien mostró en todo momento un enorme sentido del equilibrio, sin sobresaltos ni arrebatos, pasando con elegancia y sin excesos de los momentos más virtuosísticos, que en el caso de Chopin y por exigencias de su época son abundantes y muy complicados, a los más relajados y rapsódicos. Acentuó el carácter melancólico del segundo movimiento pero faltó más ebullición en la danza del movimiento final. Dicho sea esto por no ser del todo complacientes con quien a estas alturas cuenta con toda nuestra admiración y respeto por tantas buenas sensaciones regaladas, como la extraordinaria Serenata Andaluza de Falla que ofreció como propina.
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El director finlandés Ari Rasilanien |
Ari Rasilanien acompañó a Perianes controlando el sonido, tan sutil como hermoso, en la misma línea etérea y dulcísima que ya había cultivado en la obra con la que dio comienzo el concierto, el Cantus Arcticus de su compatriota Einojuhani Rautavaara, una de las pocas voces contemporáneas que tendremos ocasión de escuchar este año en los atriles de la ROSS. Aunque la suya es una voz anclada en la tradición neoromántica, de fácil escucha y disfrute, como en esta pieza que mezcla el canto de los pájaros de las cinénagas, el gorjeo de las alondras y el sonido de los cisnes emigrando con una sutil pátina orquestal apoyada fundamentalmente en la cuerda, que exige la precisión, el control de dinámicas, la sugestión y la calculada tensión que la batuta acertó a impregnar en los efectivos orquestales. Una obra que termina convirtiéndose en una experiencia como las que se viven en las salas multimedia de los parques temáticos.
Haciendo honor a su condición de paisano de Rautavaara y Sibelius, logró con la Sinfonía nº 5 de este último una interpretación etérea y equilibrada, de atmósfera relajante y misteriosa, donde la orquesta volvió a mostrarse sutil, y donde se pudo apreciar magníficamente los procesos evolutivos y la interacción entre las familias instrumentales, alcanzando una dimensiones extraterrenales. Los metales, que en Chopin lucieron verbeneros, en la pieza del finlandés se mostraron majestuosos.
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