Guión y dirección Paul Thomas Anderson Fotografía Mihai Malaimare jr. Música Jonny Greenwood Intérpretes Joaquin Phoenix, Philip Seymour Hoffman, Amy Adams, Laura Dern, Jesse Plemons, Rami Malek, Ambyr Childers, Kevin J. O’Connor, Christopher Evan Welch, Amy Ferguson Estreno en España 4 enero 2013
Con esta película la filmografía de Paul Thomas Anderson adopta definitivamente la forma de una puerta de doble hoja simétrica en la que esa comedia romántica rebelde y caprichosa que es Punch Drunk Love se erige en visagra a cuyos lados encontramos sus dos primeras obras, las que lo descubrieron, Boogie Nights y Magnolia, y que a muchos nos siguen pareciendo sus películas más logradas, y las dos últimas, Pozos de ambición y The Master, que guardan un gran parecido formal y de contenido, y que a algunos nos parecen sus trabajos más pretenciosos, tediosos y prescindibles. En primer lugar hay que interesarse mucho por el mundo de las sectas y los lavados colectivos de cerebros, en plan Iglesia de la Cienciología, para cogerle el punto a esta historia sobre la relación de un alma perdida y un supuestamente carismático oportunista que promueve la teoría de la reencarnación para encontrar respuestas al significado de la vida. Si no existe un interés de base por la temática, difícilmente se entrará en el juego propuesto por Thomas Anderson, a la vista de cómo expone sus premisas y da por sentado la efectividad de estas sectas demonizantes y chupadoras de sangre y recursos económicos. Para convencer lo esencial hubiera sido dotar de mayor definición y carácter a sus personajes, eje alrededor del cual gravita toda la estructura de la película. Joaquin Phoenix no logra convencer a fuerza de sobreactuación y tics nerviosos dando vida al típico perdedor patético, con poco cerebro, mucho temperamento animal y las recurrentes taras psíquicas derivadas de su participación en la Segunda Guerra Mundial y una infancia que se atisba poco satisfactoria en un entorno hostil y carente de cariño; y por supuesto es un adicto al alcohol y al sexo, para colmo de manipulaciones morales. Peor aún Philip Seymour Hoffman, actor mimado de la crítica y la industria, que adoptando un estilo próximo al último Marlon Brando, se atreve a encarnar a un gurú de la reencarnación que con su atractivo y verborrea consigue atraer fortunas varias y vivir así del cuento, él y toda su familia. De ellos se esperaba una relación fascinante e hipnótica en la que la figura del maestro fuera un tótem, una referencia ineludible que cautivara de manera arrolladora, debiéndose erigir su alumno en defensor a ultranza de sus teorías, utilizando para ello la violencia represora si hace falta. Y todo eso está en el guión y en la pantalla, pero no transmite, carece de la fuerza para horrorizar y postular sobre la manipulación y el fascismo, que al fin y al cabo era de lo que se trataba. Limitados los demás a mera comparsa, incluida la siempre solvente Amy Adams, sólo queda disfrutar con sus propuestas estéticas, algunas eso sí hipnóticas, como la capacidad para recrear las postales de los 50 en la sesión de fotografía de los grandes almacenes, algunas soluciones pictóricas inspiradas en el recurrente Hopper, la hermosa secuencia del yate o la carrera en moto a través del desierto. Ambientación, fotografía y la excelente banda sonora de Jonny Greenwood, tan en consonancia con la música disonante y dodecafónica que a mediados del siglo XX cultivaron compositores como Pierre Boulez o Max Richter, merecen más la pena que las sobrevaloradas interpretaciones del elenco protagonista, y desde luego más que la soporífera realización del hace años interesante y joven Paul Thomas Anderson.
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