USA 2012 157 min.
Dirección Kathryn Bigelow Guión Mark Boal Fotografía Greig Fraser Música Alexandre Desplat Intérpretes Jessica Chastain, Jason Clarke, Joel Edgerton, Jennifer Ehle,
Mark Strong, Kyle Chandler, Edgar Ramírez, Reda Kateb, Scott Adkins, Chris Pratt,
Taylor Kinney, Harold Perrineau, Mark Duplass, James Gandolfini
Estreno en España 4 enero 2012
Desconocemos por qué esta película se ha estrenado en nuestro país una semana antes que en el resto del Mundo, a excepción de los habituales pases limitados en Estados Unidos a finales del pasado año para poder participar en las nominaciones a los Oscar. Lo cierto es que de cara al estreno a partir del próximo fin de semana en su país y otros, todos los aparatos de publicidad parecen pocos, y entre ellos los más efectivos suelen ser los que toman forma de noticia, generalmente como reclamos de posibles polémicas. Que la CIA esté incómoda por las revelaciones incluidas en esta película y por sacar a la luz sus métodos de trabajo nos parece exagerado, por cuanto todo lo más se escenifican torturas, tampoco excesivamente sangrientas, y ya conocíamos con creces su práctica en la agencia de inteligencia norteamericana. No hay tampoco muchos más datos sobre métodos de investigación, sino que asistimos a una especie de cruce entre la serie de televisión Colombo y la película de Sidney Lumet Network. Un mundo implacable. De la primera se extrae la teoría de la obsesión con la que el popular agente resolvía sus casos; se obcecaba desde un principio en un sospechoso y no paraba hasta desenmascararlo, eso sí con argumentos muy sólidos y convincentes. Aquí, como en gran parte de la producción norteamericana reciente, se echa más mano de la confusión y la acumulación de datos y nombres, que sólo generan en el espectador cierta sensación de pérdida y desorientación, muchas veces confundida con aturdimiento por la supuesta extrema inteligencia del guión que le sirve de base. De la cinta protagonizada por Faye Dunaway se extrae el personaje femenino, una mujer que vive solo y exclusivamente para su trabajo, sin espacio para vida privada alguna; claro que lo que allí era construcción psicológica y humana del personaje, realizada con suma atención al detalle, aquí se convierte en un personaje psicológicamente indefinido, que a lo largo de una década buscando el paradero de Ben Laden apenas exhibe grandes cambios y no convence tampoco de que tal actividad pueda absorberla tantísimo, a tenor de la línea de investigación en la que se obceca prácticamente desde un principio. Si algo demuestra esta película cuyo título original hace referencia a la hora en la que fue encontrado el terrorista islámico, las 12.30 de la oscura noche, es la habilidad de su realizadora para manejar tantos personajes y sacar de ellos buenas interpretaciones, y para convertir una cinta de acción en un trabajo formalmente sólido y pretendidamente trascendental. Destaca la interpretación de Jessica Chastain, a pesar de que sobre el papel su personaje se encuentra algo desdibujado. Mark Boal, que debutó con En tierra hostil y repite ahora con la directora en su doble faceta de productor y guionista, despliega un trabajo complejo e intrincado pero confiado en exceso a la evidencia y a la confusión que voluntariamente provoca la ingente cantidad de información que pretende ofrecer. Sus dos horas y media se antojan una vez más excesivas, pero al menos se agradece la habilidad de Bigelow para no hacerlas interminables y dotar al conjunto del encanto de gran espectáculo y propuesta a todas luces entretenida. También se le agradece el tono aséptico casi de documental que otorga a la narración, de tal forma que igual se puede aborrecer lo que se nos cuenta, las tácticas empleadas por la CIA y sus agentes así como la manipulación política del terror, que adherirse a esas premisas, sin que de la realización se atisbe afinidad alguna con una u otra postura. Que lo que cuenta obedezca a la verdad es tan discutible como que el cadáver identificado por la agente protagonista sea el que realmente interesa, toda vez que ella se ha jugado tanto en la cruzada que no podría reconocer equivocación alguna en su desenlace. Ni ella ni nosotros sabemos a dónde vamos después de esta convulsa y confusa primera década del milenio; de ahí unas lágrimas que personifican nuestro dolor y también nuestro odio, el que gestionan los políticos para, al fin y al cabo, hacer siempre lo que les da la gana.
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