Teatro Central, miércoles 28 de febrero de 2018
Nada mejor para celebrar musicalmente el Día de Andalucía que contar con uno de los proyectos más fructíferos e interesantes que han florecido en nuestra comunidad en los últimos veinte años. Se trata de la Fundación Barenboim-Saïd, que continuando con su loable labor de formar a nuestros intérpretes más jóvenes, con la inestimable ayuda de los profesores y profesoras de la Sinfónica de Sevilla, les prepara para enfrentarse a una vida profesional satisfactoria. Una iniciativa que prospera gracias a la Universidad Internacional de Andalucía y que en esta ocasión tuvo el acierto de poner sobre los atriles música contemporánea, enmarcada dentro del ciclo que el Central dedica puntualmente cada año.
El siglo XX se vio representado por el estreno por fin en nuestra tierra, casi un siglo después, de la piedra angular de la música estrictamente para percusión, Ionisation, una de las pocas obras conservadas y acabadas de Edgar Varèse, que el compositor franco estadounidense compuso a finales de los años veinte, sentando las bases para multitud de composiciones, muchas de ellas en el ámbito de las bandas sonoras, destinadas a ilustrar ambientes exóticos con cierto corte marcial. Los trece intérpretes consiguieron una lectura fluida y competente de la página, mientras en Octandre siete instrumentos de viento y un contrabajo lograron transmitir un espíritu evocador y sensual, a pesar de la dificultad que siempre reviste lograr un sonido preciso y homogéneo en las tan temidas trompas. También para percusión, los estudiantes nos ofrecieron una insólita composición de Manuel Castillo, cuyas conseguidas texturas y colores fueron perfectamente matizadas por el joven conjunto.
Por el contrario, la pieza de Ligeti y el estreno de César Camarero, presente en la sala y único exponente en esta ocasión de la música estrictamente contemporánea del presente siglo, encontraron una interpretación desigual y no del todo satisfactoria. Especialmente apreciable en Melodien del autor de Atmósferas, servida con cierta desgana, desinflada y con un sonido canijo, sin apenas contraste. Algo mejor resultó Contornos entre la luz y la sombra, cuya combinación entre percusión, cuerda y viento, estos dos últimos repartidos por la sala para provocar un efecto arropador o ambiental, resultó más satisfactoria, aunque con puntuales defectos de afinación nada graves. La imprescindible Sinfonía Op. 21 de Webern sí encontró una interpretación rotunda y ajustada a su estética e intención. Gran parte de la responsabilidad de que se lograran resultados de media tan estimulantes recayó en la dirección autorizada de Fabián Panisello, garante de un compromiso serio con la música de nuestro tiempo. Pero lo mejor y más saludable residió en enfrentar a los jóvenes, una treintena en este caso, y al público sevillano a estas páginas ya clásicas y fundamentales para entender el progreso y la proyección de la música con mayúsculas.
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