En apenas una década Gregory Porter ha pasado de plantearse un futuro incierto, cantar en clubs de jazz y participar en algún musical de Broadway, a convertirse en una de las presencias fundamentales, con un estilo más particular y definido, del actual panorama en el jazz y el soul que le son tan afines y que moldean una voz poderosísima de barítono con sensacional facilidad para los agudos. Su primera comparecencia ante un público entregado y entendido como el que llenó absolutamente el generoso aforo del Teatro de la Maestranza, se anunciaba como un homenaje a Nat King Cole, protagonista de su quinto y último disco, si dejamos al margen Issues of Life, un trabajo recopilatorio de temas de colaboración y remezclas que salió a la luz en 2014. Y aunque su voz debe mucho al crooner de Alabama, y así mismo a tantas otras voces que consciente o inconscientemente han influido en su estilo, como Teddy Pendergrass e incluso Barry White, Porter se centró más en hacer un recorrido sustancial por su todavía corta carrera, con temas de prácticamente todos sus trabajos discográficos.
Suele ocurrir que un concierto, especialmente cuando se trata de jazz, se anuncie como presentación del último trabajo en disco del artista, cuando la inmensa mayoría de las veces la realidad termina siendo otra. Es lógico, sobre todo cuando ese último disco es un tributo a otro artista, que el cantante prefiera ofrecer lo que es particularmente suyo, y el público lo ha de agradecer, salvo el que acuda engañado por una publicidad errónea. Esto tiene aún más sentido cuando se trata de un cantautor, cuyas canciones parten de un acervo cultural muy paradigmático, toman el testigo de una herencia rica y consumada, y al mismo tiempo comienzan a considerarse ya clásicos en sí mismos. Como una clara alusión al tiempo lluvioso reinante, Porter arrancó su recital con Water, ese agua redentora que da título a su primer disco, y a partir de ahí, rodeado de magníficos músicos, dio rienda suelta a su creatividad y consumada vena artística alternando temas románticos y evocadores con otros que hicieron vibrar a incondicionales y no tanto.
Con su característico pasamontañas coronado por una gorra plana, y su impecable traje adornado con pañuelo en el bolsillo, Porter no arrancó el tributo a Cole hasta que después de que el bajista Jahmal Nichols coqueteara con temas ajenos como el Masterblaster de Stevie Wonder, el cantante mezclara Papa was a Rolling Stone, el clásico de The Temptations con el que dejó clara su influencia también del soul más genuino, con Nature Boy, uno de los temas enseña del homenajeado. Pero cobraría más sentido cuando recordando la ausencia de un padre, convirtió al mítico cantante en padre espiritual a través del I wonder who my daddy is, para a continuación recordar a su influyente madre a través del góspel. Take me to the alley puso el punto político y reivindicativo a una velada en la que destacaron los solos del veterano colaborador y arreglista de Porter Chip Crawford al piano, y del joven Tivon Pennicott al saxo, el más ovacionado de la noche después del protagonista. El checo Ondrej Pivec puso la nota psicodélica al órgano, y Emanuel Harrold insistió con toques secos, obsesivos y en ocasiones arrítmicos a la batería. No podía faltar ese Quizás, quizás, quizás de mimética dicción en castellano a la frecuentada por Nat King Cole en sus tiempos, en una propina muy jaleada y respondida por el enfervorecido público presente.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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