Guión y dirección Fernando Gómez Molina Fotografía Alberto Pareja Música Lucas Vidal Documental Estreno 16 marzo 2018
Después de dirigir varios melodramas románticos y sensibleros como Tres metros bajo el cielo, Tengo ganas de ti y Palmeras en la nieve, y el thriller policiaco El guardián invisible, Gómez Molina presenta su mejor película hasta el momento, y es un documental. Una mirada a la diversidad y a la identidad sexual a través de varios jóvenes procedentes de Rusia, Uganda, Francia y España que se reúnen en Madrid para celebrar el gran desfile del Orgullo Gay Mundial del año pasado. Una fiesta que suscita que mucha gente aún se pregunte para qué hace falta, qué significa eso del orgullo gay, y lo que es peor, por qué los heterosexuales no tienen su día del orgullo. Cuestiones que quedan suficientemente zanjadas en este recorrido seguramente no muy estricto en sentido pedagógico e histórico, pero sí muy valioso en su cometido de hacer visibles los anhelos y ambiciones de quienes únicamente quieren vivir su vida con felicidad. Ese minúsculo lugar en el tiempo y el espacio que nos toca vivir y que tantos lo hacen con mucha mezquindad, como si fueran a ser eternos y permitiéndose el lujo de disponer sobre la vida de los demás, mientras otras personas sólo intentan que el viaje de la vida sea lo más placentero y digno posible. Una felicidad que hace ya trece años el gobierno de Zapatero, tan criticado y diezmado por otras cuestiones, proporcionó a este país raramente posicionado en las vanguardias de los derechos humanos y que con él avanzamos tanto y nos hicimos tan decentes. Una dignidad que muchos nos hemos encontrado de frente, forjada a través del esfuerzo de hombres y mujeres que pagaron un alto precio, a veces el más alto, para que hoy gays y lesbianas tengan los mismos problemas que el resto de la humanidad, sin añadir los de aceptación propia y ajena. Un camino allanado en algunos países pero lamentablemente sin estrenar en otros, donde se sigue estigmatizando, persiguiendo y condenando la única opción que tanta gente tiene para ser feliz, único objetivo que debería ser posible y obligatorio en cualquier rincón de este desdichado planeta. Lo mejor del documental de Gómez Molina, además de reflejar todo ese potencial aludido e invitar a la reflexión, es que se trata de una celebración, un motivo para la fiesta y la satisfacción, que no se fija en la desdicha y la limitación, sino en el reconocimiento, la libertad y la sensación de estar vivos y celebrarlo. Gente de países donde la homosexualidad sigue amenzada, como Rusia, o directamente condenada, como Uganda, y gente que supera día a día sus obstáculos, como la sordera o el cambio de sexo, se reúnen en varios días de celebración, deporte y ponencias, para olvidar todas las barreras y simplemente disfrutar de estar aquí y ahora, con nuestras preocupaciones, nuestros sueños y nuestras ganas de comernos el mundo, viviendo, dejando vivir y sin hacer daño a nadie. Se disfruta y emociona de principio a fin, aunque por el camino apele en más de una ocasión a la fibra sensible. Lo deja claro, el Orgullo es la herramienta de lucha para conseguir un propósito, ser felices y ser tratados con dignidad y respeto. Como dirían los artífices de uno de sus principales escollos, es justo y necesario. Y lo es que este documental sea visible, cuanto más mejor.
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