Aunque parezca mentira, ésta ha sido la primera vez que Rinat Shaham ha cantado en Sevilla |
Mientras la calle era ocupada por la primera convocatoria de huelga general de mujeres jamás planteada en nuestro país, con justas reivindicaciones que parece mentira aún tengan que formularse tan entrados en el siglo XXI, el público del Maestranza se entregaba a una propuesta de carácter tan mística y religiosa como la programada para este concierto de abono continuador del extenso homenaje que la ROSS ofrece esta temporada a Leonard Bernstein en su centenario. La Sinfonía nº 1 de Bernstein es una obra de juventud, programática, que sigue textos del Libro de las Lamentaciones del profeta Jeremías, aprovechando material previo consistente en una canción de carácter eminentemente hebreo que, con los correspondientes retoques, se mantuvo como tercer movimiento de esta pieza cuyos dos primeros son estrictamente instrumentales. Aunque el autor no logró ganar el concurso del Conservatorio de Nueva Inglaterra para el que la concibió, sí logró un rotundo éxito de público y crítica, traducido el año de su estreno en Pittsburgh en premio del Sindicato de Críticos Musicales de Nueva York al mejor trabajo de composición americana de 1944. La pieza propició además la reconciliación del compositor con su padre, que no apoyaba su carrera musical, y que con esta obra se rindió a los pies de su hijo, razón por la cual Bernstein decidió dedicársela. El estreno en el Carnegie Hall de Nueva York con la mezzo Jennie Tourel, y su primera grabación en 1961 con la Filarmónica de Nueva York y de nuevo la voz quebrada y dolorosa de la mezzo ruso-judía emigrada a Estados Unidos, afianzaron la obra para la posteridad, pero hasta ahora no había podido escucharse en directo en Sevilla.
Axelrod se ciñó perfectamente a la gramática de la pieza, ofreciendo una lectura técnicamente impecable, medida con precisión y mimando cada matiz y detalle; pero en el ámbito literario o expresivo la cosa quedó más indefinida. Así, tras un primer movimiento, Profecía, que podríamos considerar devastador y anímicamente pesimista, que presagiaba una interpretación memorable del conjunto, los otros dos movimientos no procuraron más que una ligera decepción. El motivo es de concepto, la falta de capacidad para trascender los pentagramas promoviendo en el oyente una sensación de desasosiego y angustia, especialmente en Profanación, un scherzo nada complaciente ni divertido, que debe transmitir caos y devastación, y que sin embargo no llegó más que a resultar atractivo e incluso algo juguetón, casi en las antípodas de la intención de los episodios que ilustra. La participación de la mezzo israelí Rinat Shaham en Lamentación se saldó también satisfactoriamente a nivel técnico, pero no tanto expresivo, por cuanto su voz cálida, rotunda y potente, hábilmente fraseada con pleno dominio de la respiración y la modulación, no logró sin embargo transmitir el dolor sincero y la angustia existencial que la página demanda, a pesar del esfuerzo evidenciado, con lo que tampoco aquí asomó la intención expresiva de tan literal pieza musical. Al menos se acertó en reflejar los contornos poéticos de la pieza y esa elocuente expansión que caracteriza la música sinfónica netamente americana, con Copland como principal valedor y promotor.
Libre de cumplir mis obligaciones profesionales con el periódico en el que colaboro, me permití la licencia de abandonar el Maestranza durante el descanso. La Titán de Mahler, aunque su inclusión en este programa resultara procedente, es una obra que no me entusiasma, encuentro ñoña y artificiosa, reiterativa y redundante, y programada en exceso. Ni siquiera comprobar cómo la abordaba Axelrod pudo con mi desgana.
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