Cuando en 1991 Robert King y una nutrida representación de su entonces aún joven Consort vinieron a Sevilla a tocar esta misma música, lo hicieron en el marco del V Encuentro Internacional de Música de Cine, entonces con el añadido de Música Escénica, en un intento de recrear los fastos para los que fueron compuestas estas dos obras inmortales. El evento, aunque incluido en el programa inaugural del Maestranza, se desarrolló en el Paseo Marqués de Contadero, junto a la Torre del Oro y el Río Guadalquivir, sin barcaza pero con fuegos artificiales rematando la performance. Al margen de la singularidad del concierto, los resultados se perjudicaron por acoples y defectos de amplificación. Ahora King ha vuelto dando un salto prodigioso desde el margen del río al interior del teatro, por calidad acústica e interpretativa (la madurez es un grado), pero dejando claro con una coherencia y línea de continuidad encomiables cuál es su visión del barroco hecho en su país, y más concretamente la del músico que mejor supo representar su pompa y circunstancia, por encima incluso del paradigmático Purcell.
El habitual desacuerdo sobre el orden en el que se deben interpretar las piezas dedicadas al agua llegó con King al extremo de mezclar las suites en re mayor para trompetas y en sol mayor, la más intimista para flauta, sin perder coherencia interna ni significación. La primera de estas suites, en fa, se saldó con resultados espectaculares e inmejorables. Trompas refulgentes y autoritarias aunque sin imponerse al resto de una imponente plantilla de cuerda y madera, hicieron hincapié en la inusitada belleza de los acordes y la insultante alegría inherente a unos pentagramas irrepetibles. La estética haendeliana, inscrita en esta ocasión en la tradición instrumental inglesa, encontró respuesta ideal en la cálida y majestuosa interpretación de una plantilla extraordinaria, con danzas virtuosas en ritmo y ornamentación, especialmente el Country Dance final, vivísimo y sincopado, y aires de inusitada delicadeza. Tempi animados y lentos llenos de ternura caracterizaron también las otras dos suites, en las que brilló la violinista Rebecca Miles, una de las pocas integrantes que repitieron tras el concierto del 91, encargándose curiosamente de los solos de flauta. El popular hornpipe sonó majestuoso y vigoroso, mientras la colocación de los metales, trompas frente a las trompetas, hizo honor a eso que se dice de que Haendel inventó el sonido estereofónico dos siglos antes de existir las grabaciones, con respuestas llenas de elocuencia y majestuosidad, y un acompañamiento ejemplar en empaste y articulación del resto de efectivos orquestales.

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