jueves, 13 de febrero de 2020

DRUMMING ESTRENA LA EDAD DE ORO Y SU INQUIETANTE POSTIZO

Ciclo Música(s) Contemporánea(s). Concierto-Proyección. Drumming, Grupo de Percussâo. Miquel Bernat, director. Programa: Le Scorpion, música de Martín Matalón para el film L’Áge d’or (La edad de oro), de Luis Buñuel. Teatro Central, miércoles 12 de febrero de 2020

Gaston Modot y Lya Lys, los amantes interrumpidos
En 1928 Buñuel y Dalí estrenaron con considerable éxito y una evidente capacidad para escandalizar y estremecer el cortometraje Un perro andaluz. Esa fructífera colaboración habría de converger en un nuevo proyecto juntos del que el pintor surrealista se apeó inmediatamente, justo cuando su amistad con el director de Calanda empezó a tambalearse. La admiración que suscitó en el Vizconde de Noailles Un chien andalou propició que financiase, como ya había hecho antes con otros clásicos surrealistas como La sangre de un poeta de Cocteau, esta Edad de oro cuyo estreno, como bien documenta el arranque de la multipremiada cinta de animación Buñuel y el laberinto de las tortugas, provocó las iras de movimientos ultracatólicos como La liga de los patriotas, y antisemitas como La liga antijudía, que destrozaron la sala en la que se exhibió y lanzaron proclamas de rabia y odio contra el trabajo subversivo y escandaloso de Buñuel, que no dudaba en convertir en una ácida crítica a la Iglesia y la burguesía esta particular historia de amor cuya pasión es frecuentemente interrumpida, teñida de situaciones de profundo carácter surrealista.

El orgulloso director rechazó la propuesta original del Vizconde de Noailles de contratar a Stravinski para su banda sonora, y en su lugar utilizó música enlatada de Wagner, Schubert y Debussy entre otros, aparentemente mal encajada pero con mucha intención por su parte, como demuestra el hecho de que Tristán e Isolda sintetice a la perfección ese poema de amor y muerte en el que la película consiste. Esto hace que cualquier intromisión sonora ajena se convierta en todo un atrevimiento que desvirtúa el concepto original de su autor. Ya lamentamos hace unos años la proyección de Tiempos modernos, una película sonora pero sin diálogos, con todo su sonido mutilado y sustituido por composiciones para guitarra en directo. Tampoco La edad de oro es una película muda, pero en esta ocasión al menos se han respetado sus efectos de sonido y sus escasos diálogos, todo significativamente insertado en la partitura que el prestigioso compositor argentino Martín Matalón compuso en 2002, como segundo eslabón de su trilogía sobre el Buñuel surrealista, tras Un perro andaluz y antes de Las Hurdes. Partitura que acompaña esta imperecedera película que apenas ha perdido su capacidad de seducción y, como pudimos apreciar en las reacciones del público asistente al Central en esta primera propuesta del Ciclo de Música Contemporánea de este año, de sorpresa y cierto escándalo. Un film prodigioso en su factura técnica, llena de recursos y encuadres increíbles para la época, y en su contenido ideológico y espiritual, toda una patada en el estómago de los bienpensantes conservadores católicos y puritanos.

El valenciano Miquel Bernat dirigió con aplomo y precisión al grupo Drumming de percussâo portuguesa, que lidera y que constituye todo un referente del género a este lado de Europa, sin nada en absoluto que envidiar a Percusiones de Estrasburgo, conjunto que estrenó en su momento la pieza Le Scorpion con la que Matalón ilustró a su manera la obra de Buñuel. Adoptando para su título el corto documental de 1912 sobre este antrópodo con el que Buñuel arranca su película, Matalón aborda su obra desde la inquietud, el misterio y la intriga, lo que rebaja el componente irónico, casi cómico, que inunda la película, y le da un cariz más desconcertante y desgarrador. El conjunto lleva a buen puerto la partitura, que se estrena así en nuestro país, con una considerable generosidad de recursos, desde los habituales vibráfonos, timbales o platillos a otros instrumentos más exóticos, como el mokugio, un pequeño tambos de madera, o el zarb, un tambor iraquí, e incluso instrumentos más peregrinos como un conjunto de macetas, tinajas o bidones. Guiados por un sentido de la coherencia, la precisión y la responsabilidad encomiables, Drumming, cuyo nombre parafrasea la pieza homónima de Steve Reich que tuvimos ocasión de disfrutar hace unos meses de la mano de la Sinfónica Conjunta, hizo un trabajo impecable tanto de interpretación como de sincronización, tan disfrutable como la recuperación de esta joya del cine, pero cada uno y una mejor por separado, como dos grandes obras que se superponen, o como un postizo del segundo sobre el primero, que ofrece una alternativa válida y singular aunque desvirtúe el concepto original del artista.

Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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