La segunda cita de esta temporada número once de la Orquesta de la Universidad de Sevilla y el Conservatorio Manuel Castillo, que empezó tardíamente hace apenas una semana con obras muy conservadoras de Bottesini (Concierto para contrabajo nº 2) y Beethoven (Sinfonía nº 8), se centró en las secciones de metal y madera, considerablemente ampliadas para la ocasión, como ya hicieran el pasado año en junio en la Iglesia de la Anunciación, cita que como la que arrancó esta nueva temporada no pudimos atender. Nos quitamos ahora la espinita y acabamos completamente sorprendidos por un nivel al que nunca nos acabamos de acostumbrar en una formación no profesional, de marcado acento académico e integrado por gente tan insultantemente joven. Quedó manifiesto que una orquesta de vientos no es lo mismo que una banda, por muy sinfónica que ésta pueda llegar a ser. Ni por el repertorio asignado, aunque evidentemente intercambiable, faltaría más, ni por la estética ni los refuerzos; la orquesta cuenta también con una pequeña familia de cuerda, en este caso dos violonchelos y un contrabajo, además de piano, arpa y, sobre todo, una amplia sección de percusión que no se limita a los consabidos tambores.
La idea de una Conjunta de vientos constituye así una plataforma ideal de aprendizaje y experimentación para jóvenes que en su mayoría todavía se encuentran en fase de formación, pero también para el público, que tiene acceso así a repertorios tan poco transitados, a la siempre excitante experiencia de conocer nuevas músicas y acercarse de forma sencilla y amable a la música de nuestro tiempo, gracias al meticuloso y esmerado trabajo de programación de Camilo Irizo, cuya formación Taller Sonoro tuvo también anoche una importante cita con la música contemporánea en el Espacio Turina.
Entre la ligereza, la tensión y el drama
La divertida y variada Fantasmagorie del compositor francés Alexander Kosmicki nos invita a un viaje en dos movimientos de marcado carácter popular a través de una atmósfera ensoñadora en la que se dejan entrever influencias de algunos de los compositores más importantes de la primera mitad del pasado siglo, pero también de sonidos, melodías y armonías muy conectadas con las artes escénicas, especialmente al Rota de vertiente circense. El conjunto se adaptó perfectamente, con claridad cristalina y énfasis en armonía y contrapunto, a sus distintas indicaciones, de la grotesca marcha inicial al carácter sarcástico e irónico del final, pasando por un ensoñador vals. También en este mismo sentido amable y distendido pudimos disfrutar de ese ejercicio para clarinetistas avanzados, sometido a multitud de arreglos, que es Il Convegno, de Amilcare Ponchielli, el autor de la popular ópera La Gioconda y su Danza de las horas. Aquí dos maestros habituales colaboradores de la orquesta, Federico Palacios y Francisco Cantó se entregaron a fondo para dialogar y tocar al unísono este allegro de lirismo operístico que Irizo acompañó con atención al detalle y su indiscutible estética clásica, en un arreglo de Ettore Anzani, un compositor contemporáneo que no dejó huella de compromiso alguno con la música de su tiempo en esta partitura.
Francisco Cantó, Federico Palacios, Camilo Irizo la Orquesta Sinfónica Conjunta |
Las piezas elegidas para completar cada una de las dos partes en las que se dividió el concierto ahondaron en sentimientos y emociones más trágicas y viscerales, primero con una sorprendente y apabullante obra del compositor español José Miguel Fayos Jordán, este sí muy comprometido con los lenguajes modernos, que suele componer por encargo para bandas y que aunque se formó en violonchelo, se ha especializado en orquestas de vientos como medio expresivo y de creación del siglo XXI. Vértigo y llama es un encargo de la Banda Municipal de Barcelona que se estrenó en enero de 2019, hace exactamente tres años, y que da una idea muy vanguardista de la banda de música. Surge a partir de un poema de Octavio Paz y de una canción del Llibre Vermell de Montserrat (Imperaytriz de la ciutat Joyosa) para instalarse en los sonidos envolventes, espectrales y en continuo cambio que la informan, con resultados que van de la intriga a la desazón, con texturas muy complejas y la generación en el o la oyente de auténtica y por momentos insoportable ansiedad. A todo ello se plegó la formación con absoluta disciplina y profesionalidad, marcando texturas y planos sonoros, y con un trabajo fascinante en la percusión.
También la Sinfonía nº 3 de James Barnes, subtitulada Trágica por las circunstancias de su gestación, al poco de perder una hija recién nacida, es un dechado de expresividad y metamorfosis del ánimo, por cuanto acaba en un final esperanzador y apoteósico, justo cuando su autor, un reconocido compositor para bandas que nació en Oklahoma en 1949 y ejerce como profesor en la Universidad de Kansas, esperaba otro hijo. De ahí que se trate de un trabajo íntimo y profundamente emotivo, que exige de la plantilla hacer acopio de expresividad y emoción, como así demostraron en un muy melódico y por momentos acaramelado tercer movimiento directamente dedicado a Natalie, la niña fallecida. Antes la tragedia se hizo patente en el allegro rítmico inicial, siniestro y solemne, siempre con los intérpretes ciñéndose perfectamente a la letra, sin deslices ni estridencias más allá de las consabidas y puntuales entradas falsas y otros fallos habituales sin importancia. La amargura de este primer movimiento se convierte en luz en un segundo en el que el autor imagina el mundo si la niña viviese, un scherzo que la orquesta defendió con amplio sentido del color. Y después de ese emotivo tercer movimiento, un finale allegro giocoso de exuberante alegría y reconciliación, maravillosamente plasmado en una batuta de exultante energía y una plantilla atenta y comprometida. La Conjunta nos sigue pareciendo un milagro, del que nos aprovechamos quienes hemos apostado por ella y apreciamos las gratas posibilidades que nos ofrecen para acercarnos a nuevos territorios con programas tan esmeradamente concebidos como éste.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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