Foto: Guillermo Mendo |
Igual que sucede con las grandes películas históricas que las televisiones acostumbran a emitir cada año por estas fechas, o sin ir más lejos las procesiones que podemos disfrutar en Sevilla por esta época, hay obras que suscitan la emoción de esa fe que muchos hace ya tiempo perdimos, la ilusión de recuperarla aunque solo sea para evocar nuestros recuerdos y despertar emociones que trascienden lo puramente religioso para embarcarse en lo sencillamente humano. Algo así nos ocurrió ayer Domingo de Ramos, servida como lo fue en esta ocasión la más inmortal de cuantas Pasiones se hayan compuesto. Hay todavía quien cree que cada año cuando se dispone a arrancar la Semana Santa se interpreta la Pasión de Bach, como si del Miserere de Eslava se tratara, o como hasta hace poco ocurría en Navidad con El Mesías de Haendel. Nada más lejos de la realidad, la de San Mateo no la disfrutábamos aquí desde hace seis años; fue entonces de la mano de Philippe Herreweghe, todo un referente en la materia, que dos años antes nos había brindado la otra gran Pasión bachiana, la de San Juan. Pero siendo aquellas interpretaciones un auténtico lujo para el oyente sevillano, no recordamos que provocara en nosotros la emoción y la profunda aflicción que sí ha conseguido Lionel Meunier y una extraordinaria combinación de voces, solistas y en conjunto, así como efectivos instrumentales.
La de Meunier, que observó más que dirigió desde la retaguardia, formando parte del Coro Vox Luminis que él mismo fundó en su tesitura de bajo, fue una Pasión de tempi rápidos, tanto que salimos del Maestranza casi media hora antes de lo que habíamos calculado. Y sin embargo tan efectiva, tan capaz desde los mismísimos primeros acordes de un Kommt, Ihr Töchter sobrecogedor, de invocar nuestras lágrimas, evidenciando ya desde un principio el carácter dramático que impregnaría toda la representación. Pues de eso se trata, de un drama litúrgico en el que protagonistas y secundarios rememoran un proceso y un calvario que a muchos sirve de espejo ante la vida, esa experiencia maravillosa que sin embargo encierra tantos sinsabores, decepciones y traiciones, quizás la clave para que esta Historia siga impresionando a creyentes y escépticos tras tantos siglos de andadura. Dispuestos como quería el autor, en dos conjuntos corales y orquestales contrapuestos pero no enfrentados, el efecto causó en todo momento una sincera conmoción, con las maderas presidiendo el arco instrumental, la cuerda tras ellas y el continuo más atrás, solo seguido de Jesús, San Mateo y la masa coral infantil que con tanta disciplina y saber estar defendieron los niños de la Escolanía valenciana de Nuestra Señora de los Desamparados.
Veinticinco portentosas voces lograron el milagro, y de ellas surgieron los y las solistas, empezando por el contratenor Alexander Chance, digno sucesor de su padre en la misma tesitura, el mítico Michael Chance, que desde su primera aparición en Buss’ und Reu’ (Contrición y arrepentimiento) demostró unas cualidades excelentes, por la claridad de su voz, su sedoso timbre y su generosa proyección, rubricando sus aportaciones con un antológico Erbarme Dich, mein Gott (Ten piedad de mí). Para él fue la mayor ovación de un público en todo momento atento y respetuoso, lleno absoluto por cierto, como la noche anterior con Orlinski. Su compañero de tesitura, el también británico William Shelton, protagonizó con su única intervención, en Können Tränen meiner Wangen (Si las lágrimas de mis mejillas son impotentes), otro momento glorioso, mientras entre las sopranos destacaron Gwendoline Blondeel, de dicción clara y timbre aterciopelado, y Zsuzsi Tóth, que firmó junto a Chance un dúo, So ist mein Jesus nun gefangen (Así es hecho preso mi Jesús) lleno de ternura y sentimiento.
Alexander Chance. Foto: Guillermo Mendo |
Raphael Höhn fue un Evangelista en el extremo más agudo de su tesitura, equilibrado y rotundo, tanto como Sebastian Myrus, que se defendió muy bien como barítono y como bajo, logrando momentos de gran calado dramático, por ejemplo en Geduld, Geduld (Paciencia, paciencia). Florian Sievers exhibió una voz extremadamente potente, mientras Felix Schwandtke resultó autoritario y majestuoso en sus diversas apariciones. El célebre coro belga Vox Luminis cumplió con nota muy alta su cometido, junto a intervenciones instrumentales de enorme calado como la veterana concertino Petra Müllejans, o los oboístas Thomas Meraner y Molly Marsh, tan diestros y precisos con el instrumento tradicional como con el más exótico da caccia. Mención especial merecen también la violagambista Hille Perl y el fagotista Eyal Streett, ambos de reconocida trayectoria como solistas. Meunier supo ensamblar todos estos ricos elementos y dotar al conjunto de ese matiz recogido que en muchos suscitó esta singular Pasión que tanto nos ha conmovido, orientada hacia la aflicción más absoluta, la reflexión y el sentimiento, pero sin sacrificar majestuosidad y sentido del drama.
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