De izquierda a derecha, en el centro: Albiach, Salim y Alonso |
Celebrar su concierto anual un Lunes de Pascua tiene por un lado el significado que le da la fecha de renovación y rejuvenecimiento, pero por otro supone para los y las jóvenes integrantes de la orquesta sacrificar los días previos, en plena Semana Santa, trabajando duro para dejar bien atado un concierto que para ellos y ellas supone tanto. Tiene además el inconveniente de encontrarse con un Maestranza a media entrada, tras tantos días de saturación festiva y un fin de semana previo a las procesiones protagonizado por dos citas tan atractivas como las que cerraron el Festival de Música Antigua, que supusieron para el coliseo un lleno absoluto. De cualquier forma, la de ayer fue una nueva demostración de la calidad que han alcanzado las nuevas generaciones de músicos y músicas andaluzas, capaces de enfrentarse una vez más a caballos tan difíciles de domesticar como Mahler o Bruckner.
La cita de este año ha tenido la particularidad de contar con un estreno absoluto, protagonizado por quien años atrás formara parte también de la plantilla de esta orquesta para jóvenes en prácticas. Hijo del extraordinario saxofonista norteamericano afincado en Sevilla, Abdul Salim, Daahoud Salim parece mirar a su admirado padre a la hora de enfrentarse a esta página de encargo que conserva las líneas básicas y convencionales de una pieza concertante. Perfectamente tonal y de clara inspiración melódica, la pieza del joven y excelente pianista y músico de jazz se debate entre el canto espiritual negro con el que arranca y continúa en el segundo movimiento, hasta el apabullante canto africano de fuerte percusión que lo cierra, pasando por un meditativo y delicadísimo nocturno que sirve como tránsito en el tercer movimiento. A todos estos aromas y estéticas se plegó como un guante el saxofonista valenciano David Alonso, que para los movimientos extremos extrajo del saxo soprano un sonido sedoso y envolvente, en ningún momento estridente, y del tenor en los centrales un sonido más robusto y autoritario, nunca exento de la sensualidad que atesora toda la sugerente y magníficamente orquestada partitura. Como propina, un joven integrante de este programa educativo musical de la Junta de Andalucía dirigió una breve pieza musical, también de Salim, para saxofón acunado por la cuerda.
Temperamento y meditación
Todas las secciones de la joven orquesta tuvieron oportunidad de lucirse en la pieza de Daahoud Salim, desde los metales del voluptuoso arranque a la apabullante percusión del final pasando por las delicadas maderas y un exigente trabajo en la cuerda para crear las subyugantes atmósferas imaginadas por su autor. Supuso pues un calentamiento perfecto para enfrentarse a una página en la que cada sección de la orquesta tiene que superar también unas enormes exigencias, y que toda la plantilla aprobó con matrícula de honor. Sin saber todavía si la huelga permitirá que el ciclo que la ROSS está dedicando a Mahler esta y la próxima temporada tenga continuidad el próximo jueves con la Sinfonía nº 7, la OJA se atrevió con una de sus obras más relevantes y reconocidas, para algunos la más representativa de su catálogo, al aunar las dos vertientes fundamentales del compositor bohemio, la sinfonía y el lied.
José Antonio López. Fotografía: Guillermo Mendo |
Álvaro Albiach, director también valenciano, dio ya buenas muestras de saber manejar con maestría y profesionalidad la pieza de Salim. Pero con Mahler fue capaz de imbuir la música de toda la poesía, el candor, la desesperación, el temperamento y la meditación que El canto de la Tierra merece. Contó para ello con dos extraordinarias voces ya familiares del público del Maestranza. Por un lado el tenor Alejandro del Cerro, integrante del elenco que hace solo unos días estrenaba La vida breve, y que mostró unas cualidades excelentes en proyección y carácter, imprimiendo de angustia y elocuencia su participación desde la sombría canción de los bebedores al desdén que provoca la llegada de la primavera, entonada con cierto tono irónico que del Cerro manejó con una voz en todo momento controlada pero arrolladora. Más poéticas fueron las intervenciones del barítono José Antonio López, a quien hemos visto junto a la ROSS, la Barroca y en ópera, y que para la ocasión moldeó su voz alcanzando colores muy sugerentes y atractivos, teniendo en cuenta la dificultad de adaptar los textos a su tesitura, ya que lo habitual es que los entone una mezzo o contralto, capaz de dotar a la partitura de gestos más abiertos y expansivos. La suya fue sin embargo una aportación delicada y aterciopelada, que alcanzó en El adiós con el que el hombre se encuentra desesperado y perdido frente a la Naturaleza que le sirve de entorno y que no alcanza a comprender ni dominar, su punto álgido y más conmovedor. Algo a lo que no fue ajena la excelente aportación de la orquesta, con solos de madera magistrales, como por ejemplo los protagonizados por los hermanos Eric Joseph y Marco George Aragó Bishop, al oboe y al fagot respectivamente, apellidos tan familiares a nuestra Sinfónica y que demuestran lo mucho que ha supuesto para la ciudad el esfuerzo y el trabajo desplegado por la misma desde su fundación en 1991.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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