USA 2012 97 min.
Guión y dirección Andrew Dominik, según la novela de George V. Higgins
Fotografía Greig Fraser Intérpretes Brad Pitt, Richard Jenkins, James Gandolfini,
Ray Liotta, Scoot McNairy, Ben Mendelshon, Vincent Curatola, Sam Shepard
Estreno en España 21 septiembre 2012
De vez en cuando el cine americano recuerda que una vez hizo grandes películas enmarcadas en grandes géneros. El cine negro fue uno de ellos y la nueva película de Andrew Dominik confirma que todavía se pueden ofrecer buenas cintas en ese género. Si con El asesinato de Jesse James llegamos a irritarnos, con la nueva película de su realizador, cuyo título parafrasea la célebre canción de Roberta Flack, confesamos haber atisbado momentos de muy buen cine dentro de un conjunto no del todo conseguido. Con las voces de Obama y Bush en dura contienda hace cuatro años, bien en la radio o la televisión, como telón de fondo, volvemos a sumergirnos en una historia de criminales y mafiosos a los que la hipocresía de la clase política parece ser ajena, cuando ya Coppola nos contaba hace cuarenta años, a propósito de su saga de El padrino, que América y su milagrosa economía están edificadas sobre el crimen, la extorsión, la corrupción y la sangre. Los políticos prometiendo fórmulas para salir de la crisis, apostando por la unidad del pueblo, e implorando confianza para resolver todos los problemas; y mientras la verdadera sociedad se balancea y el negocio de genera a través de crímenes (allí) y chapuzas (aquí), moviendo dinero y recursos siempre por debajo y con el consentimiento de todos, políticos y sociedad. La ciudadanía como víctima y a la vez procreadora de tanta miseria y corrupción. Lástima que esta contextualización, aunque pueda ayudar en un futuro a entender el momento histórico que estamos atravesando, juegue en contra de la cinta como obra artística e intemporal. Eso y el empeño de dotar de sentimientos a algunos de sus personajes, especialmente el estupendamente recreado por James Gandolfini, con el fin de personificar la ciudadanía media y sus problemas generalmente de índole sentimental, malogran un film que por otro lado cumple magistralmente las reglas clásicas de la narración y la creación de tensión, a veces irrespirable. Un estupendo plantel de actores, una magnífica fotografía y una excelente selección musical ornamentan un film en el que los peores y más implacables tiburones siguen siendo los que llevan traje y corbata y no dejan fumar en sus coches, porque de ellos es el negocio y ellos se reparten el pastel. A los demás que nos den… o que nos maten suavemente.
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