Casa Salinas, jueves 10 septiembre 2015
Gary Hoffman |
La inauguración oficial del Festival Joaquín Turina volvió a celebrarse en la suntuosa Casa Salinas de la calle Mateos Gago, con un público atento y respetuoso presto a recibir la enorme intensidad de sensaciones que Benedicte Palko, oficiando como maestra de ceremonias, y cinco de los artistas convocados esta edición, estaban dispuestos a ofrecer. Como única pega a tan magnífico escenario, convendría en la medida de lo posible colocar a los intérpretes más próximos al centro del patio, evitando así que el piano quede tan arrinconado y los músicos semiocultos tras las columnas.
Palko y Forsberg clavaron una Fantasía para cuatro manos de Schubert de una intensidad emocional y una exquisitez formal extraordinarias, acentuando el contraste entre los pasajes más tumultuosos y su melancólica y delicadísima melodía central. Junto a Estellés y Hoffman, la directora del certamen firmó un Trío Op.114 de Brahms de líneas sencillas y bien articuladas y un tono inequívocamente amable que acentuó el fraseo elegante y el sonido sedoso y aterciopelado del chelista canadiense, mientras el clarinetista valenciano desplegó agilidad y brillantez, lográndose entre los tres una versión cálida y llena de aliento romántico.
Nicolas Dautricourt |
Ravel compuso su Sonata para demostrar que violín y piano eran incompatibles; contrariamente la pieza triunfa cuando se pone en relieve su diálogo y compenetración, como así ocurrió en manos del francés Dautricourt y el serbio Mazdar. El primero lució en vigor, virtuosismo y expresividad, especialmente en un blues central trabajado y estilizado, con el que no cayó en amaneramientos superfluos, así como en el enérgico y nervioso final. Por su parte, el pianista brindó una lectura concienzuda y meditada de la pieza, complementándose a la perfección con su compañero. Esta feliz sinergia se produjo también en las Variaciones Clásicas de Turina, resueltas con enorme lirismo, sutiles cambios de registro y elegantes transiciones. Sólo así fue posible pasar de un lamento inicial rico en sentimiento, a unas alegres seguidillas y terminar evocando un final danzarín sin que los cambios de ritmo y registro resultaran bruscos, primando siempre la extrema delicadeza.
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