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Momento de la actuación de Dudamel y la Sinfónica Simón Bolívar en el Palau |
Capaz de dividir a crítica y afición entre su vibrante y brillante recreación de clásicos sudamericanos en Fiesta y su meliflua y blandengue versión de célebres páginas sinfónicas wagnerianas, de convencer a unos y no tanto a otras de su manera de abordar el conservadurismo inherente a los valses y polcas straussianas junto a la Filarmónica de Viena, no cabe duda de que su posición ante la Filarmónica de Los Angeles como director musical y su confesa admiración por el célebre compositor de bandas sonoras John Williams, nos dan idea de la controvertida y versátil personalidad del joven venezolano. Su aproximación al siempre fascinante mundo beethoveniano bebe también, según parece, de este desequilibrio que le caracteriza, de forma que frente a una poco lúcida (y lucida) Tercera, apreciamos una Cuarta más allá de las coordenadas que habitualmente definen esta página, descubriéndonos nuevos y muy creativos matices.
El carácter apoteósico de la Sinfonía nº 3 quedó menguado por una orquesta cuyos niveles técnicos no están todavía suficientemente depurados, lo que llevó a un sonido opaco y a menudo encorsetado, con una batuta incapaz de dar cohesión y equilibrio a la variedad de ideas que propone Beethoven, aún acertando a abordar el primer y segundo movimientos con un marcado carácter nostálgico e incluso agónico en el caso de la famosa marcha fúnebre. Tras un intrascendente scherzo, el finale lo asumieron con evidente sentido de la espectacularidad, por mucho que los numerosos efectivos convocados no lograran el empaste y la trasparencia que la obra exige. Mucho mejor quedó sin embargo la nº 4, ya con menos músicos en los atriles, lo que seguramente debió propiciar un mayor grado de compenetración y un más acertado equilibrio en una pieza que Dudamel abordó, como el resto del ciclo, sin partitura. Esta vez se amoldó con soltura y naturalidad al carácter alegre y desenfadado de la obra, pero sin restarle majestuosidad. Tras una introducción no ya misteriosa sino casi terrorífica, se adentró en el espíritu global de la sinfonía destacando su jovialidad y la viveza de sus colores y ritmos, acentuando su elegancia y lirismo, y permitiendo el lucimiento de los instrumentistas, especialmente maderas, que marcaron un punto elevado en esta integral que corresponderá a otros u otras juzgar en su totalidad. De momento el público ya está entregado y proclive a aplaudirle hasta la extenuación, haga lo que haga, como se pudo comprobar el pasado domingo por la noche en el polémico Palau de la Música Catalana. Por cierto, el sensacionalismo ha querido que se hable más del magnífico auditorio barcelonés por la corrupción y el expolio en sus cuentas que por el excelente plantel de artistas que propone esta temporada, que incluye a Cecilia Bartoli, Andras Schiff, René Jacobs o William Christie entre otros, y que se le dedique a Dudamel más atención mediática por su supuesta boda con María Valverde que por esta gira europea con el ciclo beethoveniano.
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