
En los atriles un complicado y complejo programa de enorme responsabilidad para los intérpretes; un repaso exhaustivo a estilos tan diversos como el de Telemann, el italiano de Matteis o el galante de Rameau, junto al único e inconfundible de Bach. No dudamos del buen criterio de los integrantes del jurado a la hora de valorar el talento y las virtudes de las candidaturas, por eso apostamos que Albarreal sufrió la traición de los nervios a la hora de abordar el programa con tanta atención al pentagrama y tan poca a la expresividad, apreciándose en él problemas de afinación y tono, como el preludio de la primera de las Sonatas del Rosario de Biber, o la fantasia del Solo para violín de Matteis, que alternó con la perfecta armonía observada en pasajes como el pastorale de la Sonata en re mayor de Telemann. Acertó en articulación, y salvó no sin dificultad una Sonata BWV 1014 de Bach quizás algo fuera de estilo, pero con un sonido en general que deambuló entre lo estridente y lo dulce.
La joven húngara Anna Lachegyi acompañó con notable musicalidad y sentido del ritmo, pero fue Santiago Sampedro, al que seguimos con atención desde que acompañara al ganador de la beca del año pasado, quien cautivó con su dominio y seguridad al clave. A falta de un merecido premio de la Asociación en solitario, su mayor reconocimiento hasta el momento es figurar en la plantilla que la Barroca ha preparado para su cita en Pamplona a final de este mes con los Conciertos de Brandeburgo. A pesar de un Concierto nº 5 de Rameau que acusó una grave falta de sintonía entre los instrumentistas, su solo en las variaciones de Tapray sobre Les Sauvages de Rameau fue sensacional, no obstante lógicos y puntuales problemas de legato, extrayendo del instrumento un sonido brillante, musculoso y de considerable expresividad.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía el 30 de marzo de 2017
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