Irán 2016 125 min.
Guión y dirección Asghar Farhadi Fotografía Hossein Jafarian Música Sattar Oraki Intérpretes Shahab Hosseini, Taraneh Alidoosti, Babak Karimi, Mina Sadati, Farid Sajjadi Hosseini, Mojtaba Pirzadeh, Emad Emami, Sam Valipour, Maral Bani Adam, Shirin Aghakashi Estreno en el Festival de Cannes 21 mayo 2016; en Irán 31 agosto 2016; en España 3 marzo 2017
Viendo esta extraordinaria película se comprende que la Academia de Hollywood se haya
decantado finalmente por ella en lugar de la favorita Toni Erdmann. Asghar Farhadi ha vuelto a dar en la diana, como hizo en Nader y Simin: Una separación y también, aunque en menor medida, en A propósito de Elly y El pasado. La pareja vuelve a ser la protagonista de este nuevo drama urbano; sus debilidades e inconsistencias se reflejan en un análisis certero de la sociedad iraní, no muy diferente de otras, aunque marcada de manera más radical que en las occidentales a las que pretende emular, por la religión. Es por eso que La muerte de un viajante de Arthur Miller, que los protagonistas representan en un teatro alternativo de Teherán, y el preciso y escalofriante guión de Farhadi coinciden en el episodio que desencadena el drama, demostrando que unos por el exceso de ambición y poder, el sueño americano, y otros por los tan marcados valores religiosos que les han sido impuestos, acaban teniendo reacciones muy parecidas. Pero El viajante no es una transposición de la tragedia de Miller al actual Irán, sino que ese detalle sólo le sirve como punto de partida para otra tragedia existencial y otro análisis de la descomposición de pareja que tiene un marco urbano como espacio en el que se desarrolla. De nuevo los personajes de Farhadi son cultos y en cierto modo refinados, viven de profesiones liberales y pretenden desarrollar sus postulados en un ambiente lo más parecido a los logros sociales de occidente, con reflejos evidentes en los estudiantes, los coches o esa crítica al sueño americano que es la obra de Arthur Miller. Sin embargo, no pueden escapar a las convenciones de una religión opresora que mantiene a la mujer como ser secundario, sometido al hombre incluso al más moderno, que sin darse cuenta ejerce también sobre ella esa falta de respeto de la que se presume libre. La mujer incapaz de compartir su desdicha por vergüenza, y el hombre incapaz de comprenderla y respetar su voluntad, dominado por la ira y la venganza hasta ultimarla, no importa cuáles puedan ser las consecuencias. Y todo esto lo plantea el sensacional e imprescindible cineasta iraní desde su posición de persona influyente, capaz de protagonizar un gesto tan radical y coherente como el de rechazar la invitación para recoger el Oscar en persona en protesta por la política excluyente de Trump. Y lo plantea con caligrafía impecable y dramaturgia precisa, la inestimable ayuda de unos intérpretes excelentes (el guión y Hosseini lograron premios en Cannes), que igual le sirve para entretener sin más con una historia de suspense cargada de tensión y atmósfera irrespirable, que para marcar al espectador con un grito de socorro por una sociedad esclavizada por falsos dioses que más bien ejercen como demonios de nuestra alma, extrayéndole pureza y convirtiéndonos en monstruos devoradores de todo lo que no encaja en nuestros postulados, marcados a sangre y fuego desde siglos atrás y de los que tan difícil parece escapar; y si no que se lo digan a los incomprensibles artífices del polémico autobús español ultracatólico que la emprende con quienes ningún daño hacen a los demás, buscando la misma humillación que busca en el prójimo, aunque con mayor causa, el confundido protagonista de esta tragedia urbana.
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