Nacho de Paz |
Rossini flotó a lo largo de la primera parte, en páginas originalmente concebidas para conjuntos de cámara y posteriormente infladas por sus propios artífices para formato de concierto a gran orquesta. La pieza que Jules Dessermann y Felix Berthélemy escribieron a partir de los pasajes más célebres de Guillermo Tell, derrocha amabilidad y encanto, que Ronda a la flauta y Monteagudo al oboe convirtieron en un dechado de alegría y aparente espontaneidad, mientras de Paz y la numerosa orquesta arroparon con aires ensoñadores. El primero de los dos Konzertstück que Mendelssohn compuso para clarinete, corno di bassetto y piano, más tarde reconvertido en dos clarinetes y orquesta, evidencia la admiración que el joven músico profesaba a Rossini, especialmente en el andante y en el ágil presto final. Szymyslik e Infante demostraron aquí un altísimo nivel interpretativo, con agilidades al máximo nivel y ornamentaciones al alcance sólo de los más talentosos. Hay que tener en cuenta que estas páginas, aunque discretas, se concibieron para lucimiento de las habilidades de sus virtuosos dedicatarios. Bottesini compuso sus tres dúos para contrabajos en la misma época que una Fantasía sobre temas de Rossini. En el primero de estos dúos Ciorata al contrabajo extrajo frases imposibles en un instrumento como éste, y Dmitrenco al violín (según arreglo de Camillo Sivori) exhibió buen gusto y capacidad de seducción. Un ragtime de Scott Joplin revalidó el talento de los dos intérpretes.
Tras un acompañamiento orquestal depurado y mimoso, en la segunda parte de Paz ofreció unas Danzas del ballet Estancia de Ginastera dramáticas, vigorosas, sensuales y misteriosas, con frases entrecortadas en Los trabajadores agrícolas que potenciaron su carácter virulento, y un poder de seducción en la Danza del trigo, con juegos de tempi que multiplicaron su considerable lirismo. Los solistas de la ROSS, junto a unos espléndidos metales, volvieron a demostrar su talento en las piezas de Piazzolla, con unos excelentes Sarah Roper al oboe y Vicent Morelló a la flauta. La solemnidad casi religiosa de Tangazo, el poder evocador y la emoción nostálgica de la estremecedora Oblivion, a cuyo arreglo le sobró quizás la trompeta en el segmento central, y el carácter festivo (y festivalero) de la versión ofrecida de Libertango, con atinada inclusión de la batería, redondearon una noche mágica y llena de sensaciones. Ahora queda disfrutar, esperamos que pronto, a este sensacional director en el repertorio que aún parece mejor domina.
Versión extensa del artículo publicado en El Correo de Andalucía el 25 de marzo de 2017
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