
Lechner, que ya estuvo en otras ocasiones en estas noches estivales del Alcázar, las últimas en 2012 con su inseparable amigo Antonio Serrano a la armónica interpretando música de Gershwin, y en 2014 con el contrabajo de Pablo Martín Caminero y un programa en torno a Rayuela de Cortázar, es un magnífico pianista, un competente y apasionado intérprete capaz de extraer de cada pieza que aborda connotaciones y sabores nuevos que les añaden una especial frescura, tal como sucedió en este concierto en la recta final de esta cita veraniega, ya con sabor otoñal potenciado por las agradables temperaturas disfrutadas. Esta vez en solitario y con un brillante programa protagonista de su próximo registro discográfico, dio buenas muestras de su proverbial talento no sólo para dominar la técnica sino también para evocar la atmósfera que requiere Debussy y estimular así nuestros sentidos. Tres piezas del Libro I de preludios salpicaron la propuesta; sensual y tenso a partes iguales en Danzantes de Delfi, misterioso y sobrio en Pasos en la nieve, incluyendo unas mágicas intervenciones en la caja acústica del piano, e inocente, prestando especial atención a su calidad melódica, en La niña de los cabellos de lino.
El resto también fue puro alarde de sensibilidad y sentimiento, con un bellísimo y muy respetuoso Arabesco nº 1, obra de juventud que supuso lo más popular del programa junto al inevitable Claro de Luna, que Lechner despachó con más literalidad que el resto de las piezas, en un alarde de sutileza y expresividad. Sensacional sin paliativos resultó su particular versión de Reverie, envolvente y ensoñadora. Una interpretación fiel del ragtime El negrito, en la línea del Colliwogg’s Cakewalk de Children’s Corner, introducida por su versión deconstruida y ornamentada al más puro estilo de una jam session, nos llevó a la vertiente más académica del compositor, mientras Valse Romantique evocó su época más convencional, tardorromántica, con igual mimo, respeto y devoción, mostrando siempre una enorme sensibilidad e implicación, apreciable incluso en sus frecuentes tarareos melódicos. Como propina Lechner emuló el qanum árabe en su introducción al Atardecer en Granada, que le permitió abordar el espíritu andalusí y rubricar brillantemente un espléndido y generoso concierto en el que agilidad, sensibilidad y expresividad definieron decidida y acertadamente el talento de este singular jazzista argentino.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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